Por: Alma Delia Murillo para Sin embargo.
Una civilización violenta y banal, genera fuentes de
diversión violentas y banales. Así de sencillo y de espeluznante. Somos lo que
hacemos. Dime qué programas de televisión tienen el rating más alto y te diré
qué pueblo eres. Somos el pueblo que ha encumbrado el contenido idiota y brutal
en el entretenimiento. Y no somos el único, los vecinos gringos han sido en
gran medida nuestros maestros en ello. Recientemente tuve una infección en las
vías respiratorias aderezada con fiebres intermitentes que me mandó a la cama
algunos días. Tenía por lo menos año y medio de no prender la televisión en
horarios matutinos y confirmé, con profunda tristeza, que vivimos en un culto
permanente a la violencia y a la estupidez. Y también que somos extraordinarios
ejecutantes de la doble moral.
Comencé a recorrer los canales y aquello se
volvió un verdadero laberinto, una puerta tras otra me llevaba a un juego de
espejos: series, películas, caricaturas, reality shows y melodramas sanguinarios.
En programación nacional el menú ofrece telenovelas de narco o películas de
narco. Y en los otros canales la oferta es una misma historia repetida por
décadas: héroes que protegen Nueva York de seres malvados que quieren acabar
con el mundo, claro que al final el poderoso imperio nos salvará de todas las
cosas terribles aunque para salvarnos tenga que dejar una masacre humeante en
el camino. Y perdón si sueno demasiado conservadora pero de pronto caí en
cuenta: ¿no es perturbador sentarnos a ver cómo mueren cientos de personas, hay
tiroteos, explosiones, miembros cercenados, ciudades devastadas, masacres y
violaciones mientras comemos palomitas? ¿Acaso por eso las muertes incesantes
en México ya no nos sacuden ni nos conmueven?, ¿quién alimenta a quién?, ¿la
realidad a la ficción o al revés? Lo brutalidad que disfrutamos en nuestros
tiempos de esparcimiento no me parece tan diferente del memorable circo romano.
No hemos avanzado demasiado. Y todo lo demás son programas absolutamente
insustanciales. Premiamos, favorecemos, promovemos y aplaudimos la estupidez.
Si alguien hace algo idiota, lo graba, sube a YouTube y de inmediato se vuelve
viral. El video más visto siempre será el más pendejo o el más violento. Yo me
pregunto: ¿y la evolución del espíritu?, ¿llegaremos algún día a afinar nuestra
alma o estamos a punto del cisma que nos obligará a hacerlo?, ¿será por eso que
fantaseamos tanto con el fin del mundo? (y no hablo de mi amante epistolar). La
doble moral enquistada en nuestra sociedad es una intrincada perversión por
donde se mire. Vuelvo al tema: se condena oficialmente a los grupos musicales
que componen narcocorridos pero Televisa (aquí si hablo de la gran ramera),
produce rentables apologías al narco. ¿Qué pues?, ¿tienen el valor o les vale?,
¿cuándo tendrá límites su voracidad y su miseria? Ya sé, nunca. Pero soy necia
y me gustan las preguntas retóricas. Nosotros mismos, en nuestro honorable
carácter de consumidores somos hipócritas: por un lado condenamos la agresión,
la repudiamos, hacemos campañas, marchas, y hasta trending topics antiviolencia
y por otro la festejamos, compramos, difundimos y hasta nos la comemos.
¿Asumimos una postura o no? Todos los días convivimos con asesinatos, pero si
no podemos ser consecuentes con una visión crítica y dejar de normalizarlos,
estamos perdidos. No, la violencia no es normal, es un síntoma que quiere
decirnos algo. Tiroteos en los cines, bullying escolar, gente armada en el
Metro, niños y adolescentes incapaces de mostrarse respetuosos con el entorno.
Como muestra un botón: corro regularmente en los Viveros de Coyoacán desde hace
años. No hay día que no vea a un niño siendo agresivo con las ardillas. Y me
refiero a tratar golpearlas con una rama, tirarles piedras, pisarlas,
escupirles, gritarles. Siempre unos diez o quince pasos atrás están los padres,
ajenos por completo al espectáculo de dulzura de sus críos. Pobre de mí si me
atrevo a decirle algo a uno de esos niños porque entonces el padre o la madre
brincan y me golpean o, por lo menos, lo intentan. No exagero, me ha pasado. No
sé para qué vivimos en sociedad si los adultos no podemos interactuar con los
niños y orientarlos, me cae. ¿Así cómo esperamos fomentar relaciones amables?
¿Sueno exagerada? Sí. ¿Estamos tan mal como los gringos? No. Pero nada más
observemos el brevísimo tiempo que nos llevó alcanzarlos y rebasarlos en el
serio problema de obesidad mórbida. Todo tiene un principio, un origen. Siempre
se puede tomar una decisión y detenerse a mirar antes de seguir corriendo
desbocadamente en la misma dirección, no sea que estemos labrando nuestra
tierra para cosechar dolores. Pregonamos estar en el tope de nuestra
superioridad porque como una manifestación elevadísima de inteligencia,
podemos descargar lo que se nos antoje
con un simple clic. Yo ya no sé si eso nos está volviendo tontos o simplemente
vino a evidenciar una enorme fractura: la evolución de nuestro espíritu no está
a la altura de nuestros desarrollos tecnológicos. Y eso será nuestra perdición.
La dinastía Hollywood cree que rematando sus películas con una moraleja final
de veinte segundos para justificar la muerte de los malos, ya promueve un
mensaje positivo: que no mamen. Por favor, no dejemos que nos ocurra lo mismo,
no sigamos -también en esto- como hermanitos atolondrados al pendejazo y ojete
hermano adolescente que nomás está chingando. No quiero ser esquizoide ni
pretendo aislar a nadie –mucho menos a los niños y adolescentes que se las
saben todas– de la oferta de entretenimiento que existe, sólo digo: ¿podemos
ser un poco más críticos y congruentes? Y otra cosa: ¿estará muy mal o será muy
mediocre si en lugar de seguir machacando con aquello de la excelencia y la
competitividad, empezamos a machacar con la amabilidad y la sensibilidad? Ya
pueden acusarme de anacrónica, de hippie comeflores o de lo que quieran,
cualquier cosa antes que festejar la agresión y la idiotez sólo porque eso es
lo que hay. Me despido recordándoles que siempre tienen la opción de ignorarme,
tal vez toda esta perorata fue resultado
de mis alucinaciones por la fiebre. Y tápensen, mijos, no sea que se vayan a
enfermar y que les dé por decir necedades como a mí. @AlmitaDelia
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/opinion/17-11-2012/10742.
No hay comentarios:
Publicar un comentario