Por Tolésimo Díaz, Red Generación.
Escribo desde el
párpado abierto de mi pueblo: este hartazgo, este suicidio metafísico de las
masas; este final del pasillo donde no hay puertas. Nos han plantado la
incertidumbre. Los últimos sucesos han motivado el crecimiento de un ambiente
ríspido y aciago. La patria ya no es el espíritu de miles, sino el espectro del
establishment que lentamente va
devorando todo.
No pretendo la
verdad como gloria única de mis palabras; no obstante, quizá, en la fragilidad
de los vocablos, exista una luz y un espejo. Lo que pesa dentro de mí, en la intimidad
de mis fibras, es un dolor apenas comparable. Nuestros padres fueron los
hombres que somos ahora, los mismos adoloridos e impotentes.
Abrimos las alacenas y encontramos polvo de otros años. Acercamos nuestros rostros al río que no muestra reflejo alguno de lo que fuimos. Otrora la gente formaba un solo cuerpo de plenitud; hoy, desarticulados andan sobre la médula de un sueño.
Hemos perdido al hermano. Nuestras mujeres han sido ultrajadas, nuestros hijos devorados, muertos o vivos pero sin casa, sin estrellas suspendidas de la ventana. Qué abismo entonces, qué derrota; nos han vencido, es nuestro propio cuchillo de obsidiana el que se ha volcado sobre nosotros; nuestro dios común, de hambre y desolación.
¿Qué nos queda
después de todo?
(...)
Nos queda la esperanza, eso es lo único que nos queda.
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