Por: Jorge Javier Romero Vadillo para Sinembargo.
Cuando en 1939 Manuel Gómez Morín fundó, junto con un grupo
diverso de políticos, intelectuales y empresarios, el Partido Acción Nacional,
había un elemento fundamental de cohesión en la naciente organización: la
oposición a la política de masas del gobierno del general Cárdenas, expresada en
el control corporativo de las organizaciones populares, sobre todo los
sindicatos. La coalición fundadora del PAN divergía en muchos puntos, pues en
ella confluían pensadores católicos con liberales maderistas desencantados con
el rumbo del régimen revolucionario, empresarios resentidos por la toma de
partido de Cárdenas a favor de los sindicatos, incluso algunos simpatizantes
del fascismo y del nacional-catolicismo franquista.
Sin embargo, desde el
principio Gómez Morín insistió en que el rumbo del partido debería estar
marcado por su carácter ciudadano y puso el acento en que la actividad del
partido debería centrarse en construir ciudadanía. Casi tres décadas después,
en la entrevista que los esposos Wilkie le hicieron para su estupendo libro de
historia oral “México visto en el siglo XX”, el fundador del PAN volvía a poner
énfasis en que el objetivo originario del PAN era construir una política basada
en las libertades ciudadanas, sobre todo la de asociación, frente a un régimen
que forzaba la agrupación clasista y por sectores. El PAN original se esforzó
en ser un impecable partido de ciudadanos. Sus campañas de los tiempos en que
estar en la oposición –de derecha o de izquierda– era heroico, cuestionaron
siempre el corporativismo, la falta de democracia sindical, el control político
de las organizaciones sociales. De ahí que hubiera sido esperable que una vez
en el gobierno los panistas impulsaran el desmantelamiento de la red
corporativa y propiciaran un nuevo asociacionismo libre, democrático, del que
surgieran organizaciones sindicales auténticamente representativas de los
trabajadores, en lugar de las maquinarias de control político en que devinieron
los sindicatos afiliados primero al PRM y después al PRI. En lugar de ello, los
gobiernos emanados del PAN pactaron con las corporaciones antidemocráticas y
clientelistas. En el caso de Fox se podría explicar por un pragmatismo ajeno a
la ideología tradicional del PAN. En cambio, en Calderón la renuencia a
enfrentar al corporativismo y su alianza abierta con la camarilla que controla
el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, no puede significar otra
cosa que una traición a los principios que supuestamente defendía y a los que
habían dedicado sus energías y pasión política los fundadores del PAN, entre
ellos Luis Calderón Vega. Sólo al final lanzó una tibia iniciativa para
enfrentar al control corporativo de los trabajadores, pero en lo fundamental la
dejó morir en aras de la parte pro patronal de su reforma laboral; tal vez en
ello haya sido fiel a la alma empresarial de una parte del panismo, pero no con
los principios democráticos y ciudadanos del PAN histórico. Otra de las causas
centrales del PAN primigenio y de los años heroicos fue el cuestionamiento
permanente a la corrupción y al reparto clientelista del botín estatal. Baste
revisar La Nación, periódico oficial de Acción Nacional, en las décadas de 1950
o 1960 para ver cómo los panistas centraban sus críticas en el carácter
depredador del régimen del PRI. Las campañas presidenciales de Efraín González
Luna en 1952 o de Luis H Álvarez en 1958 tuvieron como tema central la
corrupción gubernamental y sus efectos sobre la sociedad. Recuerdo cómo José
Ángel Conchello, en los primeros programas televisivos del PAN, allá por los
años setenta, clamaba que las escaleras se barrían de arriba para abajo.
Llegaron los panistas al poder y rápidamente se adaptaron al sistema de botín
de la administración pública mexicana; desplazaron a los viejos burócratas
priistas, se distribuyeron entre ellos cargos y posiciones y no hicieron nada
para modificar la tradición rentista de la política mexicana. Durante el
gobierno de Fox promovieron una ley de profesionalización del servicio público
que estuvo diseñada desde el principio como mera simulación y promovieron
concursos de ingreso fraudulentos, basados en retratos hablados cuando no
habían sido diseñados por el propio aspirante previamente elegido. De nuevo, la
explicación en lo que respecta a Fox puede ser el pragmatismo sin utopía. El
gobierno de Calderón no hizo nada significativo para modificar el carácter
patrimonial del Estado mexicano; por el contrario, se aprovecho de él; otra
claudicación. Por ahí de 1946, el PAN organizó una gran reunión nacional para
debatir el tema del municipio. Ya para
entonces el PRI centralizaba de manera asfixiante toda iniciativa local. Los
ayuntamientos no eran otra cosa que agencias de control comarcal de los
gobernadores, y otra fuente para la extracción de rentas. Frente a esa
realidad, el PAN se planteó el fortalecimiento del municipio como ámbito básico
de la democracia ciudadana. Después, en sus planteamientos programáticos Acción
Nacional desarrollo el principio de subsidiaridad como base de un reparto de
las atribuciones gubernamentales donde los niveles superiores de gobierno no
asumieran las tareas que los niveles inferiores pudieran hacer con eficacia. En
su empecinamiento por mantener su política de seguridad, Calderón propicio que
se arrasara con las capacidades municipales de seguridad. Con el pretexto de
que se trataba de entes corruptos e ineficaces, el gobierno del presidente de
la República, como delirantemente se refería a él la propaganda oficial,
desmanteló las policías municipales, en lugar de orientar su política al
fortalecimiento de las administraciones locales, a su modernización y
profesionalización. Sustituyó una seguridad pública local, de seguro débil y
corrompida, pero que finalmente mantenía equilibrios con base en el
conocimiento de los actores concretos, por una seguridad centralizada, no más
eficaz y que muy probablemente, al romper los acuerdos que mantenían la paz,
desató una violencia mayor. No se trataba, sin duda, de dejar las cosas como
estaban, pero en lugar de reordenar con apoyos y reformas al poder local,
Calderón lo erosionó. Una traición más al ideario panista. El PAN primigenio se
planteó como un defensor del Estado de derecho, del orden jurídico, de la
autonomía del poder judicial. La arbitrariedad priista fue siempre una de las
causas en las que centraron su crítica los fundadores de Acción Nacional. Para
Calderón el Estado de derecho ha sido nada más que un recurso retórico. Nada
hizo para reformar al Ministerio Público, para hacerlo más autónomo,
profesional y eficaz; la reforma judicial aprobada al principio de su gestión
caminó a paso lento, en buena medida por falta de voluntad política y de
recursos para llevarla a buen puerto y la hipertrofiada policía federal que
creó actúa tan arbitrariamente como los viejos cuerpos policiacos del antiguo
régimen; durante el gobierno de Calderón
saltarse un reten policial se tradujo en pena de muerte; el presidente criticó
sentencias judiciales y avaló los delitos de su secretario de Seguridad
Pública, perpetrador de montajes basados en secuestros extrajudiciales de
supuestos enemigos públicos. En su obsesión por su visión particular de la
seguridad, Calderón traicionó la causa histórica de su partido por el Estado de
derecho democrático. El saldo está a la vista.
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/opinion/16-11-2012/10714.
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