Texto de Hilda García para Sin embargo.
¿Cuántas veces no hemos escuchado sobre el naco, el indio, la tortilla,
el puto, los jodidos, el prieto, el muerto de hambre, la gorda, la vieja? Todos
estos, adjetivos no calificativos, sino peyorativos. Se acerca el Día
Internacional para la Tolerancia y ni entre los ciudadanos ni entre los
partidos políticos luce una verdadera intención de borrar las diversas
expresiones de intolerancia que amenazan la convivencia de los ciudadanos. Los
actos de intolerancia vividos en nuestra sociedad por razones de etnia,
nacionalidad, preferencia sexual o el color de piel, así como por tener ciertas
creencias religiosas y políticas son cotidianos.
De moda se ha puesto hablar de bullying, pero en realidad las
escuelas terminan muchas veces expulsando o maltratando aún más a la víctima
que al victimario. Las relaciones de discriminación o extremismo se ejercen a
todos niveles y parece preferible resolver el tema a favor del fanfarrón o del
que grita más, que de la persona que ha sufrido las burlas o la presión del
grupo.
En 1995, se instituyó el Día Internacional para la Tolerancia, la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en realidad no ha pasado mucho
tiempo para todo lo que tendría que resolverse en un mundo que parece cada vez
más extremista y radicalizado. En México, el Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (Conapred), liderado por Ricardo Bucio Mújica, ha luchado por la
protección de las parejas del mismo sexo, de los migrantes, de los indígenas,
de las personas con distintas capacidades. Incluso ha establecido manuales para
periodistas a fin de evitar el mal uso de palabras que refuerzan la
discriminación y ha incentivado trabajos de investigación que eliminen las
barreras entre víctima y victimario. Sin embargo, aún falta mucho por hacer. La
gente en México prefirió votar por un candidato que les daba tarjetas de
Soriana o porque estaba guapo, antes que entender que su misma hija había sido
educada por él y era capaz de insultar en una cuenta de Twitter a los mexicanos
como “la prole” en un tono totalmente despectivo. Incluso, muchos mexicanos se
ríen de los programas transmitidos por Televisa o Univisión donde los hombres
se disfrazan de mujeres con tubos para caracterizar a las amas de casa o donde
el peluquero de telenovela es un gay con movimientos femeninos exagerados.
Nos
falta aún mucho por aprender a querer al otro, a respetarlo y aceptar que todos
tenemos el derecho a ser diferentes. Sin embargo, en una sociedad que tiende a
homogenizar o a hacer una cultura universal donde todos debemos pensar igual,
porque si no, no somos parte de esa comunidad, la capacidad de aceptar que hay
otros que piensan diferente en cuanto a preferencia sexual, política, social,
cultural se va nulificando. Lo demostramos en las pasadas elecciones.
Se rompieron
amistades porque alguien apoyaba a un candidato y su amigo pensaba que el otro
era el bueno. No había capacidad de diálogo, sólo adjetivos calificativos sobre
uno y otro candidato o sobre la misma personalidad de los amigos. Lo mismo pasa
sobre la comunidad gay y peor aún si son lesbianas. Hombres que se creen muy
hombres se alejan (no es contagioso) o los rechazan haciendo bromas o hasta se
pegan en el pecho con el puño cerrado para calificarlos de “puñales”. Y qué decir si en clase una niña, por muy
tranquila o dulce que sea, si no se pone pintura, es la primera que responde en
clase o se ríe de los demás es a la que marginan. Por no decir de las niñas o
niños obesos, de los niños con dificultad para aprender o de aquellos que
tienen alguna capacidad diferente. No hemos logrado aún hacer ver a los demás,
a los otros, nuestras diferencias. Y ojo…
aquí queda aún más por hacer cuando hablamos de tolerancia. La
tolerancia, tal y como se entiende hoy, tampoco sirve.
Para el biólogo y
epistemólogo chileno, Humberto Maturana, la tolerancia es la resignación de
convivir con un ser “equivocado” y ofrecemos, como sociedad una saludable
intención de vivir en armonía. Toleramos lo que nos “aguantamos”, pero sólo
hasta que nos dure la paciencia. Imaginemos esto, no sólo en el plano
individual, sino también en lo social, en lo político. Toleramos al otro porque
nos distinguimos y en algún momento podría cambiar de opinión, no porque
tengamos la capacidad de convivir o de coexistir.
Quizá debiéramos aprender a
reconocer el Día Internacional de la Aceptación y con esto, hacer sociedades
más claras, más inteligentes y más a favor del bienestar común. Tolerar al otro
nos puede llevar a un límite y ejercer en una u otra forma la violencia cuando
ya no podamos más con el otro… o quizá
el otro se harte de nosotros, y cuando su tolerancia se termine, busque la
manera de maltratarnos, discriminarnos, torturarnos, eliminarnos.
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/02-11-2012/10482.
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