Muchos pensamos que el mandato de
Felipe Calderón tendrá un costo muy alto para varias generaciones de mexicanos.
Muchos pensamos, con datos en la mano: Ayer, por ejemplo, la Red por los
Derechos de la Infancia revelaba que al menos 30,000 menores cooperan con el
crimen organizado en México.
La Procuraduría General de la República (PGR) dice
que entre diciembre de 2006 y junio de 2012 fueron detenidos 5,585 menores por
delitos relacionados con el narcotráfico y la delincuencia organizada.
Y un
informe elaborado en 2010 por la PGR para la Organización de Estados Americanos
(OEA) dijo que en México operaban 215 pandillas para los cárteles. La política
“de seguridad” de Calderón, que arrojó entre 65 mil y 100 mil muertos y miles
de desaparecidos y cientos de miles de desplazados, privilegió el castigo sobre
la sanidad.
Balas y cárcel para los jóvenes, no oportunidades. Allí está el
resultado: un fracaso.
Arrastraremos esta política fascista durante
décadas. Lo lamentable es que nadie ni nada fue suficiente para ponerle un alto
a este hombre necio. Deja una estela de sangre y muerte y deja, también, una
gran lección: qué incapaces somos los mexicanos para ponerle un alto a nuestros
gobernantes. Triste. Pero muchos pensamos, también, que el daño que suponemos
se queda corto. Aún con los datos en la mano. Hay daño en la sociedad y hay
daño en el Estado mexicano. Por más que se diga que “se fortalecieron las
instituciones”.
Se creó la Policía Federal pero es parte del fracaso: quién
sabe, aunque tenga museo, si se le mantenga en el próximo sexenio. Se metió al
Ejército en tareas de policía y, bueno, el resultado lo sabemos. Las
corporaciones policiacas ni fueron reformadas ni son modelo de nada. Fracaso
tras fracaso. Y las cifras de muertos allí están.
Gran parte del fracaso de
Calderón tiene que ver con él. Me explico: gran parte del fracaso está
relacionado con su tozudez, con su necedad. Con su propensión a la ira y a
tomar decisiones guiado por ella. Y su fracaso, es nuestro fracaso. Allí está
el país, adolorido. Qué les cuento, si ya lo saben. Sin embargo, si alguien
pretende suponer que Calderón ya terminó y ya se va, se equivoca.
Todavía está
pataleando, y va a patalear más. Va a usar y ha usado el poder del Estado para
protegerse. Va a querer mantenerse al mando de cuantos sectores políticos
pueda. Para evitar que una corte de Estados Unidos emprenda acciones legales en
su contra por, sospecho, los miles de muertos provocados por una estrategia mal
pensada, mal ejecutada y mal conducida contra el crimen organizado, Calderón ya
impuso un antecedente, usando al Estado mexicano: Relaciones Exteriores envió
al gobierno de Estados Unidos una solicitud de inmunidad para Ernesto Zedillo.
La carta alude a razones de “soberanía” y cita otros casos en los que
Washington ha intervenido: los que se llevaron contra Jean Bertrand Aristide,
Miguel de la Madrid Hurtado, Paul Kagame (actual Presidente de Ruanda) y
Jiang Zemin. Tanto Karame como Zeming son considerados dictadores en Occidente;
fueron acusados de genocidio en una corte de EU.
Qué importa defender a Zedillo
a ese costo: en esa defensa, va su causa también. Para evitar que prospere la
demanda que 23 mil mexicanos interpusieron ante la Corte Penal Internacional
(CPI) por crímenes de guerra y lesa humanidad cometidos durante su mandato,
Calderón designó en la embajada de México en los Países Bajos a dos de sus más
fieles amigos “para que lo protejan de los golpes jurídicos que están por
llegar”, de acuerdo con lo documentado por la revista Proceso. Nombró a uno de
sus maestros en la Escuela Libre de Derecho, Eduardo Ibarrola Nicolín, como
embajador en el Reino de los Países Bajos.
Para evitar que el próximo Gobierno
federal se vea tentado a emprender un juicio en su contra, la misma tarde del 1
de julio de 2012 ungió a Enrique Peña Nieto como nuevo Presidente de México
cuando aún se contaban los votos y muchísimo antes de que el Tribunal Electoral
de la Federación validara la elección. No importó que su mismo partido, Acción
Nacional (PAN), tuviera dudas sobre la limpieza de la elección. No importó lo
que dijeran otros actores políticos: él impuso el criterio de que la elección
era válida. No importó llevarse en el camino a Josefina Vázquez Mota.
No
importó que el PRI llegara al poder movilizando miles de millones de pesos por
vías que, como el mismo crimen organizado lo hace, los ciudadanos no podemos
documentar, tampoco los partidos opositores. Para evitar la oposición en su
mismo partido, incluso para cuando él no estuviera, impuso a sus
incondicionales en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) y aplastó cualquier signo
de disidencia. Aplastó a Manuel Clouthier, por ejemplo; o a Javier Corral. Y
dejó un PAN a modo: nada menos que a gente como Cecilia Romero, titular del
Instituto Nacional de Migración cuando el asesinato de los 72 migrantes, e
incluso a Juan Molinar Horcasitas, quien no pudo resistir la fuerte presión
social y debió renunciar. Para evitar perder control en el Congreso –no sea que
se les ocurra juzgarlo por un sexenio de terror–, dejó en manos de su amigo
Ernesto Cordero la coordinación de los panistas en el Senado de la República
aún cuando es un hombre de probada inexperiencia política. Y no sólo a él:
colocó a cuantos familiares pudo (Mariana Gómez del Campo, Luisa María
Calderón) y a incondicionales (Javier Lozano, Roberto Gil, Jorge Iván
Villalobos, Rubén Camarillo, Luis Alberto Villarreal, Juan Pablo Adame, Adriana
Carrillo, etc.).
Y para evitar perder el control del PAN, ha ideado una última
estrategia: impulsar la candidatura de su esposa, Margarita Zavala, como
posible presidenta nacional en sustitución de Gustavo Madero. Ese es Calderón.
No le importó que desde enero de 2007, a unas semanas de que llegara al poder,
muchos le advirtieran lo peligroso de su estrategia contra el crimen
organizado. No le importó la muerte de decenas de periodistas y activistas, de
miles de ciudadanos: jamás mostró disposición para revisar su estrategia. Ese
ha sido Su Majestad Felipe Calderón. Así llegó al poder: con el haiga sido como
haiga sido de todos conocido. Y así se va. Triste caso, el de los mexicanos:
pisoteados, aplastados, golpeados, humillados, ofendidos y manipulados. Y
cuanto más pienso que desde el 1 de diciembre volvemos a los brazos del PRI,
más creo que no tenemos remedio.
Este contenido ha sido publicado originalmente por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/22-10-2012/10286.
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