Texto de Adolfo Sánchez Rebolledo para La Jornada.
La primera gira europea del presidente electo confirma
algunas de las peores previsiones de sus más acérrimos contrincantes políticos:
no estamos ante un estadista en ciernes capaz de revolucionar las rutinas
políticas, sino de un hombre dispuesto a recitar las verdades que sus
interlocutores quieren escuchar.
El encuentro protocolario con los mandatarios de Alemania,
España, Gran Bretaña y Francia nos ha permitido observar al Peña más
desenvuelto en materia de ofertas sin contrapartida, como si tuviera la íntima
necesidad de ser aceptado y reconocido por sus anfitriones en un lance de
político provinciano que de veras asusta.
Toda la estrategia modernizadora se resume en una palabra:
petróleo, fruto del deseo de los grandes sujetos trasnacionales que muchos de
los gobiernos visitados representan como si fuera asunto local, nacional. Si ya
molesta que antes de asumir el poder, el presidente electo se desviva por
transmitir fuera de México los grandes trazos de sus futuras políticas, mucha
más irritante resulta la imprecisión, cuando no la vaguedad deliberada, de
ciertas proposiciones en torno, digamos, a la privatización de Pemex. Y eso
para el gran público, pues ignoramos lo dicho en las conversaciones personales
con cada uno de los mandatarios. Pero no cabe duda de que resulta aberrante,
por decir lo menos, que antes de presentar en México los detalles de su plan
energético, vaya por el mundo improvisando una doctrina a partir de las
figuraciones erróneas que sobre Petrobras se han hecho los enemigos de sostener
la nacionalización, como si aquí no existiera un ríspido debate que no ha
cesado de fluir, pese a los reacomodos derivados de las últimas elecciones.
Por lo visto, al igual que hace 12 años con Fox, el próximo
presidente quiere ser el representante de los empresarios. Cree que amparándose
en la lógica de los grandes intereses acelerará el cambio económico que lustros
de recetas no han logrado consolidar. Sigue el consejo de los mismos asesores
–vender para crecer– que en el pasado nos prometieron que la apertura sería el
punto de partida de la gran transformación de los paradigmas del desarrollo, la
llave maestra hacia una era de progreso sostenido que debía llevarnos al primer
mundo. Pero eso no ocurrió. El mundo global probó que el capitalismo no puede
evitar la crisis y que ésta no es neutral, que afecta a personas de carne y
hueso y hunde las esperanzas de millones en todas las regiones.
En México se desmantelaron los códigos de la justicia social
en nombre de la emergencia de una supuesta ciudadanía de las clases medias
construida a costa de golpes mediáticos sin correspondencia con la realidad.
En un país sin crecimiento genuino, la demografía dejó de
ser palanca del futuro para convertirse en encrucijada infernal. Millones de
jóvenes quedaron atrapados en el laberinto de la imposibilidad, sin empleo,
sujetos a la demanda del mercado delictivo, a la desesperanza de un mañana sin
destino. ¿Por qué el presidente electo no habla de estos problemas si le sobra
tiempo? ¿Por qué no plantea en la laureada Europa que México también requiere
de otra política global a la que replica el ciclo que nos ha llevado a la
crisis actual? Las respuestas son obvias.
Con todo, hay en la exitosa presentación europea de Peña
Nieto un alarde que podría tener consecuencias impensables cuando asuma el
poder. Me refiero a la megalomanía presidencialista que subyace tras los
desplantes sobre el rescate de España y la saga oscura de los contratos sin
licitación para los astilleros gallegos, a la intolerable intromisión del
gobierno mexicano, ratificada por Peña, en la campaña electoral para lanzarle
un salvavidas al candidato de la derecha.
Molesta constatar que la alianza interna con los grandes
intereses no reconoce fronteras, lo cual augura días difíciles para poner en
pie soluciones alternativas. Las cosas han ido tan lejos en estas declaraciones
del presidente electo que el propio candidato se dio el lujo de saludar, como
no podía ser de otro modo, el atípico e inaudito gesto de ratificar antes de su
toma de posesión los contratos suscritos por Pemex con dos astilleros gallegos
para la construcción de dos barcos hoteles (La Jornada, 17/10/12).
Por desgracia, el periplo de Peña Nieto recuerda al de
aquellos nuevos ricos mexicanos que deambulaban por Europa gastando más que
nadie hasta que la crisis los puso en su sitio.
No se requiere ser un experto en cuestiones internacionales
para comprender que Europa es muy importante para una visión de futuro, habida
cuenta la dependencia de la economía nacional (y más que eso) a Estados Unidos.
Pero, justamente por ello, la situación exige un examen sereno y a fondo de
todas las opciones y no asumir el mundo como si el Estado mexicano y su
gobierno fuesen representantes (o servidores) de los intereses particulares que
hoy se disputan el mundo.
Peña habrá complacido las expectativas mediáticas, pero
queda debiendo al interés nacional.
http://www.jornada.unam.mx/2012/10/18/opinion/021a1pol
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