Texto de Alejandro Páez Varela para Sin embargo.
Una frase conocida: la Guerra Fría fue un largo periodo de
paz global. La explicación conocida: que la amenaza de una guerra nuclear total
que acabara con la humanidad fue suficiente para que las potencias no se
confrontaran. Así explicaría, en gran medida, lo que vivimos en México hasta
antes de Felipe Calderón Hinojosa. El Ejército servía como una garantía del
Estado para, con la sola amenaza, frenar a los grupos delictivos. Al que se mueva,
al que se salga de los límites tolerables, le van a caer los militares. Y los
capos no retaban al Estado mexicano. Pero cuando Felipe Calderón decidió
mostrar las armas (en una guerra mal planeada, mal dirigida, mal ejecutada), la
amenaza se volvió –con todo respeto para las Fuerzas Armadas– una burla.
Los
silos no tenían armas nucleares sino resorteras. Y entonces las organizaciones
criminales, que llenaron siempre los vacíos del Estado, se sintieron más
poderosas; avanzaron en donde se hizo evidente la falta de fuerza. Alimentadas
por la codicia, empezaron las matanzas. Salieron de las ratoneras en donde se
habían escondido durante décadas y, con harto dinero, iniciaron una carrera
armamentista cuyo resultado funesto conocemos.
Todo esto para medianamente
explicar a los que dicen que “no son los muertos de Calderón”. Quienes intentan
eximirlo de la responsabilidad, creo, se hacen locos. Allí están los datos. No
hay manera de borrarlos.
Un argumento común es: “Qué querías, ¿que Calderón
cerrara los ojos frente a los delincuentes?”. Pregunta retórica llena de mañas.
Nadie quiere un Estado débil. Nadie quiere vivir entre delincuentes. La
respuesta está en la estrategia: si Calderón no quería cerrar los ojos y atacar
a los grupos criminales, si quería ir por los capos, ¿por qué no lo hizo con un
aparato de inteligencia y cercenando las bases financieras (bancos, empresas y
otras tapaderas para lavar dinero)? La Ley contra el lavado fue impulsada
cuando la cantidad de muertos lo ahogaba. ¿Por qué optó por cometer el error de
mostrar las armas?
Mi respuesta es sencilla: por razones políticas. Porque
había “ganado” mañosamente la Presidencia y necesitaba validar su mandato. O,
quien quiera defender a Calderón, que me cite a un sólo especialista, mexicano
o extranjero, que haya estado en las reuniones donde se decidió la guerra.
Que
diga en dónde están los estudios, mexicanos o extranjeros, que decían que era
necesario sacar al Ejército a las calles. ¿Que la mayoría de los muertos son
delincuentes? Miente quien lo afirme: a ver, ¿en dónde están esas 65 mil o 100
mil averiguaciones previas que lo confirman? Las armas, el Ejército, estaban
allí para garantizar la paz. Salieron a relucir y rompieron el equilibrio. Así
lo explicaría yo. Entonces los narcos empezaron a ejercer presión sobre las
policías corruptas: las metieron a la guerra… de su lado. Entonces los
criminales, que para ese momento ya conocían las armas del Estado mexicano,
buscaron otros negocios: extorsión, secuestro, migrantes. A Calderón gracias.
El derramamiento de sangre era evitable; fue el resultado de una acción
irresponsable. Sí son los muertos de Calderón; discúlpenme los simpatizantes,
los paleros o los comprados. Pueden decirme estúpido si quieren, pero no pueden
evitar que, en mi derecho a expresarme, lo repita. Una política de seguridad
claramente (esa sí) estúpida (mal planeada, mal dirigida, mal ejecutada) causó
entre 65 mil y 100 mil muertos, miles de desaparecidos y decenas de miles de
desplazados.
Y ojalá empiecen a llover las demandas y los juicios. Ojalá. Por
respeto a las familias enlutadas, y por respeto al mismo Estado mexicano: un
Presidente no puede ni debe actuar por la libre. Ya que no existe la revocación
de mandato, por lo menos deben existir, en la justicia nacional o extranjera,
mecanismos para hacerlo pagar cuando deja su cargo. El nuevo gobierno federal
no debería protegerlo, aunque Calderón hiciera lo propio con Ernesto Zedillo.
Debería dejar que la justicia hiciera su trabajo. (Busqué el término
“genocidio”; no se si sea genocidio. Por lo menos, parece, no es así para las
Leyes internacionales. No lo es tampoco para la RAE: “genocidio. Del gr. γένος,
estirpe, y -cidio. 1. m. Exterminio o eliminación sistemática de un grupo
social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de
nacionalidad”). Sí son las víctimas de Calderón, insisto. Y que el PRI sepa
claramente sus responsabilidades: a partir del 1 de diciembre de 2012, cada
muerto será un muerto de Enrique Peña Nieto. De esa, por lo menos, no se salva.
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/opinion/29-10-2012/10359.

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