Por: Jenaro Villamil Uno de los primeros signos muy claros
de distensión mediática en el primer mes del gobierno de Enrique Peña Nieto es
la ausencia en los discursos oficiales del tono bélico que caracterizó a su
antecesor. No hay “guerra”, no existen proclamas presidenciales reforzadas con
uniforme militar, tampoco regaños desde el atril a los incrédulos de la
“estrategia”, pero sí existen los muertos, los desaparecidos, los más de 15 mil
cuerpos no identificados que fueron a parar a las fosas comunes de un sexenio,
según información publicada este 2 de enero por La Jornada.
La ola de enfrentamientos prosigue. En diciembre de 2012, el
primer mes del sexenio peñista, se registraron 982 ejecutados, según el
recuento de Milenio Diario. El 2012 concluyó con un total de 12 mil 394
ejecuciones, 110 más que en 2011, pero 264 homicidios menos que en 2010, el año
más violento del sexenio de Felipe Calderón, de acuerdo con el mismo registro.
El único “certificado”, decretado durante el gobierno de
Calderón, es que la mayoría de las ejecuciones se trató de enfrentamientos
“entre criminales”. De antemano, al criminalizarlos se justificó la ola de
muerte y violencia, como si no se trataran de ciudadanos. En el primer mes del
actual gobierno, la receta aplicada por los mercadólogos y asesores de Peña
Nieto no es modificar de raíz la decisión adoptada en diciembre de 2006 de
movilizar al ejército y realizar operativos especiales para “rescatar” las
plazas dominadas por el narco. La estrategia es modificar la percepción de
riesgo, violencia y vulnerabilidad que se generalizó en el país durante el
último sexenio panista.
Para quienes privilegian las percepciones en lugar de las
realidades, lo más importante no son los enfrentamientos, las muertes
provocadas, la nula eficacia ministerial, las miles de desapariciones sino la
sensación de fracaso, de que la estrategia fue fallida y que, en lugar de
combatir al narcotráfico, la “guerra” fortaleció y expandió a los cárteles de
la droga. Hay parte de razón en esta lógica de realismo político de los
priistas que retornan a la presidencia.
Durante un sexenio, Calderón aplicó el método de
autoafirmación e intoxicación informativa para convencernos que su decisión de enfrentar a los cárteles
de la droga con los cuerpos militares y policiacos fue acertada. En el colmo de
la esquizofrenia, Calderón criticaba a los medios que informaban sobre las
ejecuciones, levantones y desapariciones generadas por esta ola de
enfrentamientos, pero él se dedicaba a recordarnos un día sí y otro también que
este asunto era su prioridad. El único que podía hablar en términos bélicos era
él, pero “no estábamos en una guerra”.
El fracaso de Calderón fue absoluto, en términos de
realidades y de percepciones. No hubo ninguna victoria que presumir. No
disminuyeron los índices de violencia e inseguridad. El crimen organizado
multiplicó sus ganancias, se atraparon algunos capos, otros fueron ejecutados,
pero no se desarticularon las estructuras criminales de los cárteles, quizá
porque estaban enquistadas y vinculadas a las mismas instituciones dedicadas a
combatirlos. Hubo una “captura del discurso” y del Estado durante el sexenio de
Calderón. La narcotización informativa no modificó la percepción, ni siquiera
con todo el apoyo de las televisoras para reforzar la decisión presidencial,
adoptada al margen del Congreso y consentida por las principales fuerzas
políticas.
El resultado fue un sexenio de pesadilla. No se equivocó
Calderón: su gobierno será señalado no por los festejos del Bicentenario sino
por la guerra contra el narcotráfico. Y él no será recordado precisamente por
valiente sino por indolente frente a la espiral de violencia e impunidad que
generó su decisión de “limpiar la casa”. La cifra incierta que oscila entre 65
mil y más de 100 mil personas asesinadas durante su sexenio nos retrata el
tamaño de la herida generacional que dejó este periodo.
El gobierno de Peña Nieto no ha roto con esa decisión, pero
quiere evadir el déficit de opinión pública que generó la guerra de Calderón.
Cuidadosos, los priistas de vuelta en Los Pinos no han condenado frontalmente
la estrategia fallida o la falta de ésta durante un sexenio. Han optado por
cambios administrativos. El más importante es la reincorporación de la Secretaría
de Seguridad Pública a la estructura de la Secretaría de Gobernación y la
promesa de crear una gendarmería nacional. Es muy probable que pasemos de la
intoxicación informativa que no permitió entender a cabalidad lo que estaba
sucediendo en esta “guerra” sin cuartel a una especie de indiferencia oficial
calculada, mientras la violencia sigue cobrando víctimas, y los expedientes de
corrupción y negligencia estarán ahí, engrosándose. La “guerra” ya no existe en
el discurso oficial, pero tampoco la justicia para las víctimas, ni la sanción
para los responsables. El tamaño de la herida social puede ser mayor porque no
se trata de decretar un autoengaño colectivo sino de enfrentar los saldos de
una violencia que llegó, como la humedad, hasta los espacios más insólitos de
la sociedad mexicana. www.homozapping.com.mx
Este contenido ha sido publicado originalmente
por SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/03-01-2013/11707
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