Que Cuba haya desarrollado ya cuatro vacunas contra
diferentes tipos de cáncer es sin duda una noticia importante para la Humanidad si tenemos en cuenta que, según la Organización Mundial de la Salud, cada
año mueren en el mundo, por esta enfermedad, cerca de 8 millones de personas.
Sin embargo, los grandes medios internacionales la han
ignorado casi por completo.
En 2012 Cuba patentaba la primera vacuna terapéutica contra
el cáncer de pulmón avanzado a nivel mundial, la CIMAVAX-EGF (3). Y en enero de
2013 se anunciaba la segunda, la llamada Racotumomab (4). Ensayos clínicos en
86 países demuestran que estas vacunas, aunque no curan la enfermedad,
consiguen la reducción de los tumores y permiten una etapa estable de la
enfermedad, aumentando esperanza y calidad de vida.
Cuba exporta estos fármacos a 26 países, y participa en
empresas mixtas en China, Canadá y España (9). Todo esto rompe completamente un
estereotipo muy extendido, reforzado por el silencio mediático acerca de los
avances de Cuba y otros países del Sur: que la investigación
médico-farmacéutica de vanguardia se produce solo en los países llamados
“desarrollados”.
Indudablemente, el Estado cubano obtiene un rendimiento
económico de la venta internacional de estos productos farmacéuticos (10). Sin
embargo, su filosofía de investigación y comercialización está en las antípodas
de la práctica empresarial de la gran industria farmacéutica.
El Premio Nobel de Medicina Richard J. Roberts denunciaba
recientemente que las farmacéuticas orientan sus investigaciones no a la cura
de las enfermedades, sino al desarrollo de fármacos para dolencias crónicas,
mucho más rentables económicamente (11). Y señalaba que las enfermedades
propias de los países más pobres –por su baja rentabilidad- sencillamente no se
investigan. Por ello, el 90% del presupuesto para investigación está destinado
a las enfermedades del 10% de la población mundial.
La industria pública médico-farmacéutica de Cuba, aún siendo
una de las principales fuentes de divisas para el país, se rige por principios
radicalmente opuestos.
En primer lugar, sus investigaciones van dirigidas, en buena
parte, a desarrollar vacunas que evitan enfermedades y, en consecuencia,
aminoran el gasto en medicamentos de la población. En un artículo en la
prestigiosa revista Science, los investigadores de Universidad de Stanford
(California) Paul Drain y Michele Barry aseguraban que Cuba obtiene mejores
indicadores de salud que EEUU gastando hasta veinte veces menos (12). La razón:
la ausencia –en el modelo cubano- de presiones y estímulos comerciales por
parte de las farmacéuticas, y una exitosa estrategia de educación de la
población en prevención de salud.
Además, las terapias naturales y tradicionales –como la
medicina herbolaria, la acupuntura, la hipnosis y muchas otras-, prácticas poco
rentables para los fabricantes de medicamentos, están integradas desde hace
años en el sistema de salud pública gratuita de la Isla (13).
Por otro lado, en Cuba los fármacos son distribuidos, en
primer lugar, en la red hospitalaria pública nacional, de forma gratuita o
altamente subsidiada -precisamente- gracias a los ingresos en moneda fuerte por
sus exportaciones (14).
La industria farmacéutica cubana, además, apenas destina
presupuesto al gasto publicitario que, en el caso de la multinacionales, es
superior incluso al invertido en la propia investigación (15).
Por último, Cuba impulsa la producción de fármacos genéricos
que pone a disposición de otros países pobres y de la Organización Mundial de
la Salud, a un precio muy inferior al de la gran industria mundial (16).
Pero estos acuerdos, ajenos a las reglas del mercado,
generan fuertes presiones desde la industria farmacéutica. Recientemente, el
Gobierno de Ecuador anunciaba la compra a Cuba de un número importante de
medicamentos, en “reciprocidad” por la becas a estudiantes ecuatorianos en la
Isla y por el apoyo de especialistas cubanos en el programa “Manuela Espejo”
para personas discapacitadas (17). Las protestas de la Asociación de
Laboratorios Farmacéuticos Ecuatorianos se convirtieron de inmediato en campaña
mediática, difundiendo el mensaje de la supuesta mala calidad de los fármacos
cubanos (18).
Por otro lado, numerosos analistas ven detrás del golpe de
estado de Honduras, en 2009, a la gran industria farmacéutica internacional, ya
que el gobierno del depuesto Manuel Zelaya, en el marco del acuerdo ALBA,
pretendía sustituir la importación de medicamentos de las multinacionales por
los genéricos cubanos (19).
El bloqueo de EEUU a Cuba impone importantes obstáculos para
la comercialización internacional de los productos farmacéuticos cubanos, pero
también perjudica directamente a la ciudadanía de EEUU. Por ejemplo, las 80.000
personas diabéticas que sufren en este país, cada año, la amputación de los
dedos de sus pies, no pueden acceder a la vacuna cubana Heperprot P, que
precisamente las evita (20).
El Premio Nobel de Química Peter Agre afirmaba recientemente
que "Cuba es un magnífico ejemplo de cómo se pueden integrar el
conocimiento y la investigación científica" (21). Irina Bokova, directora
general de la UNESCO, decía sentirse “muy impresionada” con los logros
científicos de Cuba y mostraba la voluntad de esta organización de Naciones
Unidas en promoverlos en el resto del mundo (22). La pregunta es inevitable:
¿contará con la colaboración imprescindible de los grandes medios
internacionales para difundirlos?
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