Texto de José Cueli para La Jornada
La guerra contra el narco tiene para los niños que deja
huérfanos y desvalidos, un juguete singular, que conquista las mentes, acompaña
en los sueños, moldea pensamientos y como amigo leal, les durará toda la vida;
este juguete se llama odio. Esta semana tendrá una máscara: Calaveritas de
odio.
Imposible calcular cuántos hogares han quedado desechos y
cuántos niños que presenciaron, con ojos espantados, el duelo traumático de la
madre que será su duelo, también traumático, al tiempo que oyen decir que el
padre no volverá más y advertir que las privaciones han comenzado y el hambre
amenaza.
Luego, las madres que no se resignan ante la adversidad de
la guerra, como ante la adversidad natural y forzosa del hambre y la enfermedad
que matan y dejan el hogar desolado. Las madres, llenas de odio, vencidas del
hado fatal, maldicen al enemigo y esperan la venganza de manos de sus hijos;
pequeños con el ser vestido de negro, a quienes arrodillan delante de un altar
casero, de una imagen, de un icono, y balbucean oraciones mezcladas con
sollozos desgarradores y maldiciones estremecedoras.
–¡Tendrás que vengarte! –gritan las madres a esos niños, y
éstos han abierto la mente al odio. Y la memoria del día en que el padre, con
actitud serena y alegre, los besó, se despidió y se fue a pelear lo mismo con
el narco o el militar, el marino, el policía, o de aquel otro día en que
alguien entró en la casa, y gritó ¡Ha muerto! No se borrarán jamás de su
memoria. Posteriormente, durante muchos años, hasta que sea hombre, escuchará
constantemente la misma cantinela en labios de parientes, amigos y desconocidos
¡Ha muerto!
¡Qué trágica la visión de la batalla en la mente de un niño!
Enloquecido de terror habrá escuchado el tronar de las ametralladoras, rifles,
pistolas, granadas... ¿No se verá en esto toda la intensidad de la tragedia de
la guerra en la conciencia del niño? Mañana, cuando crezca, y hable a su hijo,
le dirá que nuestra civilización le ha engañado. Se le quería iniciar en los
rudimentos de ideas fundamentales en que la humanidad venía laborando durante
muchos siglos y condensado en unas cuantas palabras que se pronunciaban con
respeto: Fe, Justicia, Libertad, Derecho, palabras hueras...
Hablarán de revancha unos, y otros de totales exterminios;
comenzará de nuevo el limpiar de metralletas, granadas y rifles. Alguno
inventará un nuevo explosivo o una nueva arma de combate. En los cárteles y
cuarteles comenzará a urdir el armadijo en que caerán más militares y narcos,
invocando, al igual que ahora, estas hueras palabras: Derecho y Justicia, se
lanzarán a la guerra y arrasarán los campos, destruirán las ciudades y
entregarán a la voracidad de la muerte a millares de hermanos. Nadie parece
acordarse de los niños, carne de vuestra carne, que oirán con espanto retumbar
los AK47 y estallarán en sollozos desgarradores cuando un día entre otra vez en
el hogar el amigo, que apenado, les diga estas palabras: ¡No lo esperen más. Ha
muerto!
Total:
“No vale nada la vida, la vida no vale nada
Comienza siempre llorando
Y así llorando se acaba
Por eso es que en este mundo, la vida
no vale nada”
Repetimos nuestra historia, cambian los personajes; nos
acompaña un sentimiento de niño abandonado, profundamente fatalista.
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