Por: Jesús Cantú
En: Proceso
Contenido original en: http://www.proceso.com.mx/?p=323202
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El próximo presidente, Enrique Peña Nieto,
intentará retomar el rumbo –interrumpido en 1994– de las llamadas
reformas estructurales, que no son otra cosa que la adecuación de la
legislación mexicana a las condiciones impuestas por los organismos
financieros internacionales con el fin de crear el escenario ideal para
el modelo neoliberal.
A partir de diciembre de 1982, a escasos
tres meses de la nacionalización bancaria, con la llegada a Los Pinos de
Miguel de la Madrid, México emprendió las medidas correspondientes;
éstas se fortalecieron y acrecentaron durante el sexenio de Carlos
Salinas de Gortari. Pero los cambios constitucionales y legales se
interrumpieron en 1994, primero con el alzamiento zapatista; después,
con los crímenes políticos (Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz
Massieu); más adelante, con el famoso “error de diciembre”, que provocó
una de las crisis económicas más severas, y, finalmente, con la pérdida
de la mayoría priista en la Cámara de Diputados, en septiembre de 1997.
De
la Madrid y Salinas sostenían que no se podían lograr las reformas
económica y política simultáneamente, e incluso recurrían al ejemplo de
lo que le pasó a Mijail Gorbachov, en la Unión Soviética, con la
Perestroika y la Glasnost. Optaron entonces por la primera, la
económica. Eso implicó posponer la reforma política y, por lo tanto,
mantener el régimen autoritario y, en el caso de Salinas de Gortari,
incluso intentar fortalecerlo, pues durante su sexenio se recrudeció la
persecución de los opositores políticos y de los periodistas
independientes, como ejemplo de la exacerbación de la represión.
Sin
embargo, Salinas combinó la mayor represión con mayor corrupción,
clientelismo y corporativismo, particularmente a través del programa
Solidaridad y del proceso de privatización de las empresas públicas, en
especial los bancos, la telefónica y las aerolíneas. Como un alto grado
de simulación, impulsó asimismo la creación de órganos formalmente
autónomos, como el Instituto Federal Electoral, la Comisión Nacional de
Derechos Humanos y el Banco de México, aunque de hecho seguían
totalmente sometidos a su voluntad.
En síntesis, durante 12 años,
pero sobre todo en los últimos seis, en lo económico se impulsó el
neoliberalismo, y en lo político, el autoritarismo. Ernesto Zedillo pagó
las consecuencias (aunque es innegable el pésimo manejo de la economía
durante los primeros meses de su mandato) de los impactos de las
políticas salinistas (tanto por las reacciones violentas que provocaron
como por los efectos sobre las reservas monetarias), y eso lo obligó a
dedicarse durante la primera mitad de su mandato simplemente a
estabilizar la situación económica, a implementar una reforma electoral
cuyos alcances no previó, y, posteriormente, en los últimos tres años, a
lidiar con la primera Cámara de Diputados de oposición, lo que le
impidió sacar adelante las llamadas reformas estructurales,
particularmente la reforma en electricidad.
Los dos gobiernos
panistas, también fieles al neoliberalismo, pretendieron impulsar dichas
reformas, particularmente en los ámbitos energético, laboral y
hacendario; sin embargo, la ausencia de una mayoría en el Congreso les
impidió sacarlas adelante, por lo menos en los términos en que ellos y
los organismos internacionales pretendían.
Pero lo más lamentable
de estos dos últimos sexenios es que tampoco lograron avanzar mayormente
en la reforma del Estado y, sin demérito de algunos pasos hacia
adelante en algunos ámbitos específicos, como transparencia y acceso a
la información, así como autonomía operativa de la Auditoría Superior de
la Federación, no consiguieron sentar las bases de un régimen
democrático, es decir, uno en el que la ciudadanía elija libremente a
sus autoridades, incida en las políticas públicas y controle a los
hacedores de esas políticas. Todavía hoy la equidad en la contienda
electoral está bajo cuestionamiento, y en los demás aspectos apenas se
han dado los primeros y trastabillantes pasos.
En estas
condiciones se da el regreso del PRI a Los Pinos. Peña Nieto ya dejó
claro su compromiso con las reformas estructurales, tanto en sus
discursos de presidente electo como en las indicaciones que gira a los
legisladores de su partido en relación con la reforma laboral. Así que
en lo económico no hay duda: Peña Nieto pretende retomar el rumbo
trazado por Salinas de Gortari, incluso con el regreso de algunos de sus
operadores o, al menos, con la contratación de alumnos de sus
operadores. Y todo indica que tendrá mejor suerte que sus tres
antecesores inmediatos, pues el PAN sí será una oposición leal y votará
favorablemente las iniciativas o, al menos, las partes de las
iniciativas que favorezcan la consolidación del neoliberalismo.
La
interrogante se encuentra en el lado político, pues el comportamiento
de la bancada tricolor respecto a la reforma laboral (desde luego, por
instrucciones del presidente electo, ya que desde ahora ni la hoja de un
árbol se mueve sin su anuencia) indica claramente que mantiene su
oposición a la construcción de una institucionalidad democrática.
De
acuerdo con las señales emitidas hasta estos momentos, los énfasis
serán los mismos que hace 24 años: en lo económico, avanzar en las
reformas estructurales para atender las indicaciones de los organismos
internacionales y pretender insertarnos en los círculos de las economías
desarrolladas; y, en lo político, retomar la simulación con fines
mediáticos, en el terreno legislativo, y, en las prácticas, fortalecer
los maltrechos (pero subsistentes) soportes del autoritarismo:
corrupción, corporativismo y clientelismo.
Habrá que estar atentos
a las consecuencias de estas políticas en el corto y en el mediano
plazos, en los ámbitos económico, social y político. Los antecedentes
muestran que en los indicadores macroeconómicos los resultados pueden
ser favorables en el corto, pero insostenibles en el mediano y en el
largo plazo; en lo social, se ensanchan las desigualdades y simplemente
se mitigan sus impactos sobre los más desprotegidos, pero sin atender
sus causas y orígenes; y en lo político, basta voltear a 1994.
Después de un cuarto de siglo, las condiciones son muy distintas, pero los compromisos y las tentaciones parecen ser los mismos.
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