Hoy estamos en Jaipur, la llamada Ciudad Rosa, un entramado de calles
laberínticas y fascinantes bazares que nos han conducido hasta el Raj Mandir, el cine más bonito de la India.
Tenemos
ganas de ver una película de Bollywood en el corazón del Rajastán. Nos
han dicho que es una experiencia más sugerente e inolvidable que
enfundarse unas gafas de 3D. Nos han contado que los efectos especiales
los pone el público indio, que vive las películas con gran excitación.
La tarde es lluviosa, pero, como es habitual en las ciudades indias,
sus calles están en ebullición. Por doquier se escucha el sonido del
claxon de los coches. El taxi nos ha dejado frente al cine. Visto desde
fuera nos recuerda a una de esas salas que teníamos en Barcelona antes,
cuando aún no había multicines. Es un edificio sobrio, pero elegante,
con unas escalinatas en el exterior.
Fue construido por los hijos del joyero más rico de Jaipur, que eran aficionados al séptimo arte.
Nos acercamos a las taquillas, donde grupos de jóvenes indios revolotean. La mayoría están cerradas. Nos damos cuenta que están divididas por nombres de piedras preciosas: Diamante, Esmeralda y Rubí. La
única que encontramos abierta es esta última, situada en el lateral del
edificio. También nos percatamos que hay taquillas para mujeres y otras
para hombres, aunque no tenemos más remedio que comprar la entrada en
la única que está abierta. Un empleado medio dormido, sentado al otro
lado del cristal, nos vende dos tickets sin problemas. “Si los cines en
Barcelona costaran esto, seguro que siempre estarían llenos”, pensamos
al darnos cuenta de lo barato que es para nosotros haciendo el cambio en
euros. Pero no es así para los indios, que también deben hacer un
esfuerzo económico extra para darse el placer de ir al cine.
La película que vamos a ver es Cocktail, una tragicomedia romántica, protagonizada por Saif Ali Khan, Deepika Padukone y Diana Penty,
tres de los actores de moda en la industria de Bollywood. Plantea el
triángulo amoroso entre dos chicas y un chico indios que viven en
Londres, pero también tiene un trasfondo social, ya que saca a relucir la costumbre de convenir matrimonios en la India.
De hecho, los periódicos locales están llenos de anuncios de familias
que ofrecen a sus hijos en matrimonio. Se ve que el filme, de
modernísima estética occidental y guapísimos protagonistas, ha sido un
fenómeno de masas.
Con el ticket en la mano nos acercamos a la entrada. Allí, un guardia de seguridad nos cachea y nos pasa un detector de metales por el cuerpo,
como si estuviéramos en el control de acceso del aeropuerto. Hay algún
intento por parte de unos jóvenes indios de colarse en la sala sin
pagar, pero los cazan. Nosotros seguimos adelante y en cuanto
traspasamos el umbral de la puerta parece que nos hayamos trasladado en
el espacio y el tiempo. ¿Estamos en la India? Y aún más, ¿estamos en el
siglo XXI?
Nos
hemos quedado boquiabiertos. Es como si estuviéramos en el escenario de
una película de James Dean. No, es como si nos hubiéramos infiltrado en
Grease. Los colores rosa y pastel están por todas partes.
El techo es como un cielo formado por pequeñas estrellas que simulan piedras preciosas.
Las mesitas y las sillas de cuero están dispuestas por todo el espacio
de forma coqueta. Y se abre ante nosotros una espectacular y elegante
escalinata que lleva al piso de arriba zigzagueando como una serpiente
hipnotizadora. Justo debajo, unas escalerillas llevan a un reservado en
forma de circunferencia, tan romántico como tentador. Al otro lado, hay
una barra al más puro estilo de los cines de los años 50, con sus
palomitas, su coca-cola y demás chuches.
El suelo que pisamos nos hace sentir como estrellas de Hollywood (o
mejor dicho, de Bollywood). Y, en cierta manera, eso es lo que somos, ya
que los grupos de amigos y las familias enteras que han ido esta noche
al Raj Mandir no hacen más que pedir permiso a los occidentales para hacerse fotos con ellos.
Si las mujeres, sobre todo las de piel muy blanca y cabellos claros,
tienen acompañante, como es nuestro caso, se dirigen a él y le piden
permiso para fotografiarse con ella.
Pese al acoso al que estamos
sometidos, también tenemos un momento para explorar el cine con detalle y
sentarnos a contemplar este maravilloso vestíbulo. Hay imágenes
religiosas en los pedestales y una maqueta del cine en medio de la sala.
Por todas partes hay color, mucha luz y elegancia con un toque
nostálgico. Es como si fuera el último mohicano de los cines de antes.
Son
casi las nueve y media y la sesión va a empezar. Las puertas de acceso a
la sala están divididas, también, como Diamante, Esmeralda y Rubí, con
entradas para hombres y mujeres, aunque esta separación parece ser que
ni los propios indios la siguen ya. Entramos por Rubí y nos sentamos a
mitad de la sala, bastante centrados. A nuestro lado izquierdo tenemos a un matrimonio muy joven con un bebé en brazos, y
más allá a un numeroso grupo de chicos, también muy jóvenes. Nos
extraña ver a niños tan pequeños en el cine, pero, seguramente, estas
parejas con hijos no tienen canguros. El niño está muy atento a la
pantalla, con los ojos abiertos como focos.
La película rebosa cosmopolitismo. Nos fijamos en las caras del
público. Observan las escenas, en las que aparecen esos actores y
actrices indios tan guapos y con alto poder adquisitivo, con los ojos
brillantes. Están fascinados, como nosotros cuando soñamos con ser
Richard Gere y Julia Roberts. Y, entonces, es cuando empieza el festival
de efectos especiales en el patio de butacas. Cada vez que alguien se da un beso, los espectadores empiezan a gritar, vitorear y espolear a los actores.
Pero la apoteosis llega cuando suena la música y, de golpe y porrazo,
la película nos ofrece unos minutos de videoclip con el gran hit de la banda sonora. ¿Os podéis imaginar al público bailando y cantando en su butaca la canción de moda en la India?
Los únicos que no se la sabían éramos nosotros. Realmente, en esos
instantes, el espectáculo no está en la pantalla del cine, sino entre
los espectadores. El momento solo lo rompe el acomodador, que hace su
trabajo con gran celo, y obliga a unos jóvenes a sentarse en la butaca
que les han asignado, pese a que varias filas del cine están vacías.
Aproximadamente
a las once menos cuarto de la noche, las puertas de la sala se abren y
vemos como la gente empieza a levantarse. Hasta que no se para la película de golpe y porrazo no nos percatamos de que, simplemente, ha llegado el momento del intermedio.
La proyección se demorará entre cinco y diez minutos para poder ir a
comprar más refrescos y palomitas, para ir al lavabo o para entablar una
tertulia sobre lo visto hasta ahora en medio del fantástico vestíbulo.
Realmente, esto sí que es disfrutar del cine. Es como antes… Es como
debería ser.
Durante el descanso, los occidentales vuelven a ser el objeto y deseo de las cámaras fotográficas de las familias indias. Algunos es la primera vez que van a ver una película en el cine
y, para ellos, también es la primera vez que ven a un europeo tan de
cerca, según nos explican, ya que han venido de pueblos más pequeños.
Todo nos invita a pensar y a reflexionar. Raj Mandir es otro mundo. Raj
Mandir es más que un homenaje al séptimo arte, porque realidad y ficción se confunden en todo momento.
Pasado el intermedio, volvemos a nuestras butacas y vemos el
desenlace de la película. Casi a los doce de la noche, se acaba la
proyección, con una muestra de tomas falsas y con la canción de moda
otra vez sonando para deleite de nuestros amigos y amigas indios. Las puertas de cine se abren, pero esta vez por nuestra derecha, directamente a la calle.
La mayoría del público se levanta y se larga antes de que acaben las
letras. Nosotros nos quedamos hasta el final, casi solos. Cuando
salimos, llueve más que antes. Se ha acabo el sueño.
Sencillos detalles, pequeños placeres
-Hacer todas las fotos que podáis del vestíbulo. Vale
mucho la pena asistir a una sesión de cine en Raj Mandir. Esta
sugerencia no la encontraréis en muchas de las guías publicadas sobre la
India y, en concreto, que os hablen de Jaipur. Pero no os lo podéis
perder. El vestíbulo de esta sala es verdaderamente espectacular.
-Visitar los bazares de Jaipur. Antes de asistir a
la proyección de cine, os recomendamos que os deis una vuelta por los
bazares de esta ciudad. El contacto directo con sus gentes y sus
comerciantes os transportarán a un mundo que, después, contrastará mucho
con el interior del Raj Mandir. Es como si estuviérais en la cápsula
del tiempo.
-Cenar antes de la proyección. Las películas de
Bollywood acostumbran a ser muy largas. Nosotros estuvimos dos horas y
media en el cine y acabamos a medianoche. El Raj Mandir está situado en
una zona donde encontraréis varios restaurantes, algunos de cadenas
occidentales si no os atrevéis con la comida india. Aunque nosotros os
aconsejamos que probéis lo autóctono, claro.
-Tener cuidado si cogéis un tuk-tuk (transporte motorizado o rickshaw)
a la salida del cine para volver a vuestro hotel. Desconfiar de los
conductores que no quieran regatear el precio y, sobre todo, no subáis
nunca a un tuk-tuk donde al piloto se le añada un copiloto.
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