Por: Jorge Zepeda Patterson para Sin Embargo.
Curioso hombre el Presidente del país. Muestra una
insensibilidad brutal al irse de viaje para pasar el puente en la playa de
Punta Mita inmediatamente después de declarar duelo nacional el fin de semana
por la tragedia de Pemex. Y, horas después, exhibe una sensibilidad refinada al
suspender el viaje y regresar al teatro de las operaciones, luego de la
indignación que captó en las redes. ¿Con cuál nos quedamos? El frívolo que
vacaciona durante el duelo o el gobernante que rectifica rápido en funciones de
las reacciones de los ciudadanos? ¿Cuál de esos es Peña Nieto? Para bien o para
mal, me parece que ambos. Hay claras evidencias de las dos cosas. Del que gusta
salir en revistas del corazón, muestra poca profundidad en los asuntos, olvida
la enfermedad de la que murió su mujer y es desafecto a la lectura.
La combinación se presta igual para arrojar un saldo
favorable que uno desfavorable. Adolfo López Mateos y Ronald Reagan, cada uno
con sus peculiaridades, han pasado a la historia como presidentes queridos por
sus ciudadanos a pesar del componente frívolo y la superficialidad (en
particular del estadounidense), pero ampliamente compensada por el carisma, la
capacidad de relacionarse con la opinión pública y el uso de su popularidad
para hacer una gestión efectiva.
En el otro extremo, esas características se
tradujeron en un sexenio famélico en el caso de Vicente Fox, quien vivió
paralizado en Los Pinos por temor a tomar cualquier decisión que le disminuyera
la popularidad. A juzgar por las iniciativas de ley y los proyectos de reformas
que se preparan, Enrique Peña Nieto se quiere apuntar en el bando de los
primeros (Reagan).
Tiene a su favor que el contraste con Felipe Calderón le
favorece. El carácter beligerante y la soberbia que impide toda rectificación,
que caracterizaban al panista, está ausente en el priista. El actual presidente
se ha caracterizado por la ausencia de belicosidad y su flexibilidad para
enmendar errores. Aunque de eso a convertirse en buen Presidente todavía dista
un trecho. Desde luego que un buen o un mal sexenio no sólo dependen del
“estilo personal de gobernar”. Probablemente ni siquiera sea el rasgo más
importante.
El contexto económico nacional e internacional, la relación con los
poderes de facto y los temas estructurales son aún más decisivos. Pero también
es cierto que nunca la opinión pública lo había tenido tan fácil para hacer
saber a los gobernantes sus reacciones frente a los asuntos políticos.
Si en
verdad Peña Nieto quiere hacer una gestión sensible a los puntos de vista
ciudadanos, la oportunidad es única, a condición de que la aprovechemos. En
este mismo espacio había señalado que, en una de esas, Peña Nieto termina
siendo un demócrata a su pesar. La inercia habrá de empujarlo a gobernar a
favor de los grupos de poder que le llevaron a la presidencia. De eso no tengo
duda. Pero, del otro lado, la presión de la opinión pública puede obligarlo a
introducir mecanismos de rendición de cuentas y a fortalecer el entramado
democrático. Aunque sea por complacer a la gente.
Me parece que a la postre el
sexenio será un pulso constante entre ambas tendencias encontradas: la inercia de
los intereses creados en torno a Peña Nieto, y la presión de la opinión pública
para obligarlo a gobernar para todos. Que se imponga una cosa u otra dependerá
de muchos factores. Y entre otros, de tu tuit, tu comentario en Facebook y, de
darse el caso, tu participación en la calle, estimado lector. ¿No crees?
Twitter: @jorgezepedap www.jorgezepeda.net
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/opinion/06-02-2013/12376.
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