Nota de La Jornada.
Nada más incongruente que recordar a Augusto Monterroso de
manera solemne, recalcó el poeta Eduardo Lizalde, uno de sus más entrañables
amigos y colaboradores, para cerrar el homenaje que el Instituto Nacional de
Bellas Artes (INBA) rindió la noche del martes al narrador guatemalteco con
motivo de su décimo aniversario luctuoso, que hoy se cumple.
Y es que si algo no caracterizó la velada, efectuada en la
sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, fue precisamente ese sentido
riguroso y distante, acartonado de los actos solemnes.
Fue, más bien, un encuentro entre amigos en el que
prevalecieron anécdotas y recuerdos sobre ese ánimo festivo de Monterroso para
con la vida y las dotes de su gran sentido del humor, además del reconocimiento
a la inteligencia y la magistralidad de su escritura.
Como autor, precisó, estaba muy lejos de ser un humorista,
si bien, en lo personal, siempre se distinguió por su excepcional y fino sentido
del humor.
“Una de las cosas de las que más acostumbró a defenderse
–dijo– era de que lo llamaran humorista. Y no lo era, su filo fue satírico.
Decir que Monterroso era humorista es como asegurar que Wilde, Chesterton o
Borges lo eran; sus textos son de enorme complejidad”.
La suya es una prosa nada fácil para el lector ingenuo, un
campo minado, destacó el poeta, quien subrayó asimismo que Tito, como le decían
de cariño sus amigos, era maniático de la perfección, de la concentración, de
la brevedad, de la inteligencia y la no convencionalidad de los textos.
Al respecto, José de la Colina agregó que el autor de El
dinosaurio, uno de los más célebres relatos en lengua española por su brevedad,
es una variante en la tradición de los autores misceláneos y de cuentos cortos
en México, porque casi siempre esa tradición tiene que ver con los escritores
franceses.
Creo que su humor viene de otra fuente, que son los autores
ingleses. Él era un gran lector de los grandes autores y de los grandes
ensayistas ingleses, los ensayistas quizás por definición, precisó De la
Colina, quien fue el más prolijo en las anécdotas.
Una de ellas fue que un día, en una reunión con escritores
suecos y daneses, cuya estatura contrastaba mucho con lo bajito de Monterroso,
se le acercó uno de ellos para, en son de broma, preguntarle si todos en su
país eran de su misma estatura, a lo que el guatemalteco en tono flemático
respondió de forma negativa, que también había chaparros.
Pleitesía al escritor
Entre los asistentes al acto se encontraba la escritora
Bárbara Jacobs, viuda de Monterroso, quien subió a la mesa ante la insistencia
de los participantes
Estos también trataron de persuadirla para que revelara
algunos de los enigmas que hay detrás de la escritura de ese autor, entre ellos
los títulos de sus libros o la hechura de El dinosaurio, a lo que la
colaboradora de La Jornada respondió con una gentil sonrisa: Lo que sé de sus
libros o de mi relación con él, me lo llevo para mis memorias.
Mientras, Lauro Zavala resaltó la enorme y paradójica
cantidad de estudios, textos y páginas que ha suscitado en el mundo una obra
literaria tan breve como es el relato El dinosaurio, que no pasa de una línea,
Javier Perucho situó a Tito Monterroso como un autor paradigmático de la
poética de la brevedad, es decir, del microrrelato o la microficción.
“A 10 años de su partida, seguimos leyéndolo; para mí es un
paradigma de escritor, un autor atentísimo a su tiempo y sus circunstancias;
detrás de todas esas ficciones está su país, el adoptivo y el de nacimiento, y
hay una gran preocupación social en cada uno de sus relatos, no solamente en
Eduardo Torres, sino en Obras completas y otros cuentos, y en sus fábulas”,
indicó.
Naturalmente que también la condición humana allí está
presente, retratada, cruelmente reflejada y criticada en cada uno de sus
ambiciones, virtudes, en sus celos y defectos. Rindo pleitesía a que haya
puesto esos pequeños acentos en nuestra condición humana.
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