lunes, 28 de enero de 2013

Mozart: El Trono de la Música.

Por @AfroditaOpina. 

¿Quién no ha escuchado algo de Mozart alguna vez en su  vida? ¿Por qué una ciudad entera se vuelca en festejos por alguien que nació hace 275 años?

En  Salzburgo, Austria, se  realizaran múltiples conciertos con los mejores ensambles, orquestas, solistas y directores de todo el mundo. Pero  ¿por qué? Hagamos historia.

Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, nació en la ciudad de Salzburgo, Viena, el 27 de enero de 1756, último hijo de Leopold Mozart, segundo maestro de capilla al servicio del príncipe arzobispo de Salzburgo.

No se tiene noticia alguna de que Mozart asistiera a alguna escuela de música, su padre Leopold fue su gran maestro.  Desde muy pequeño fue llevado a ser escuchado a diversas cortes de la realeza europea. 

A los cuatro años, Wolfwang ya tocaba el clavicordio, también componía obras de importante dificultad. Teniendo  seis años, tocaba con limpieza técnica  el violín y el clavecín y leía partituras a primera vista. Siempre gozó de un oído impecable y una memoria prodigiosa. No resulta extraño entonces que su padre, un hombre muy religioso,  considerara  esos talentos  como un “Milagro Divino” que tenía encomendado acrecentar y cultivar.


Pero sus dotes musicales no siempre fueron bien recibidas y en su infancia podemos ver esto: el que alguien de doce años de edad, siendo un tan pequeño pudiera componer una ópera, no estaba contemplado dentro de los cánones acostumbrados, motivo por el cuál, hablando específicamente de su obra “La Finta Semplice” (Ópera bufa), fue retirada del programa de presentaciones de la compañía de ópera imperial.

Anécdotas como esta hay muchas a lo largo de la vida de Mozart, un hombre de carácter explosivo, orgulloso, galante, de ojos intensos y grandes, optimista y, según su esposa Constanze, siempre alegre.

En una de sus cartas a su padre, describe el maltrato de un conde para quien trabajaba y contundentemente enfatiza:

“Escribiré, muy pronto, a ese malhadado hombre para decirle qué pienso de él, y en cuanto se ponga ante mis ojos le daré una patada que la recordará en sus carnes para siempre.

 A pesar de no ser conde, tengo más gallardía y honor en mi corazón que muchos de los que gozan de tal título. Quien me insulte, ya sea lacayo, ya conde, merecerá mi desprecio”.

En otra carta, esta vez a su esposa, percibimos su forma de amar:

"Querida mujercita:

Mientras el príncipe se ocupa de los caballos, aprovecho con alegría esta ocasión, mujercita de mi corazón, para decirte dos palabras.  ¿Qué tal estás?  ¿Piensas tanto en mi como yo pienso en ti?

A  todas horas contemplo tu retrato y lloro de pena y de alegría a la vez. ¡Conserva para mi tu preciosa salud, y cuídate, amor! No te preocupes por mí, pues en este viaje me están evitando cualquier disgusto y cualquier contrariedad, excepto tu ausencia. Pero en cuanto a esto, como no puede ser de otra manera, no hay nada que hacer. Te escribo estas  letras con los ojos llenos de lágrimas.

Adiós.

Desde Praga te escribiré más extensamente  y de forma  más legible, sin prisas como ahora. Adiós, te abrazo millones de veces con la mayor ternura y soy para siempre y fielmente hasta la muerte Tu Stu.Stu:

Mozart.

Budweiss, 8 de abril de 1789".

¿Podrían negar su carácter sensible al escuchar sus obras? Es Mozart, pues, en quien se posa el genio, el talento, las cualidades humanas y de la personalidad de un artista, que se conjugan para ser nombrado con justicia por muchos músicos “El Trono de la Música”.

Disfruten “Porgi Amor” de la ópera Le Nozze di Figaro.

“Dame, amor, algún remedio a mi dolor, a mis  suspiros. Devuélveme a mi tesoro, o déjame, al menos, morir”.



A. O.