Por: Ramón Alberto Garza
En: Reporte Índigo
Aquellos panistas que tomaron las llaves de Los Pinos traicionaron los ideales fundacionales y terminaron en la mesa, y en la cama, con todos aquellos a quienes despreciaban. Se volvieron tan corruptos, como los malos priístas.
Cuando se busca el poder por el poder mismo, claudicando a los principios y a los ideales, se termina por consumirse en ese poder.
El verdadero poder se ejerce por convencimiento, porque se es capaz de impregnar a otros de un sueño por el que están dispuestos a luchar y defenderlo.
El otro poder se ejerce por la fuerza. La que da el dinero o las armas. Controlando el hambre y la necesidad de las masas. Sometiendo voluntades a punta de temor y metralleta.
Cuando en 1939 se creó el Partido Acción Nacional (PAN), sus fundadores Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna, Adolfo Christlieb Ibarrola y Rafael Preciado, eran mexicanos aspiracionales, idealistas, convencidos de buscar un México mejor.
Fueron necesarios 50 años de evangelización panista sobre los abusos de un sistema cada día más corrupto, soberbio y controlador, para conseguir con Ernesto Ruffo en 1989 la primera gubernatura albiazul.
Hicieron falta 11 años más para que en el 2000, las aspiraciones e ideales de luchadores como Luis H. Álvarez, José Ángel Conchello, Pablo Emilio Madero, Manuel “Maquío” Clouthier, Carlos Castillo Peraza y Luis Felipe Bravo Mena, se cristalizaran en la primera presidencia panista, la de Vicente Fox.
Pero esos 60 años de lucha incesante por alcanzar un poder transformador por la vía del convencimiento, terminaron echados por la borda en dos malogrados sexenios.
Los panistas que tomaron las llaves de Los Pinos en sus manos traicionaron los ideales fundacionales y terminaron en la mesa, y en la cama, con todos aquellos a quienes despreciaban.
Se volvieron tan corruptos, como los malos priistas. Se convirtieron en políticos impositivos, como los priistas. Hicieron del partido su coto de candidaturas personales, como los priistas. Acabaron como una mala copia del PRI.
Decían que combatirían a la burocracia, pero la engrosaron desperdiciando los miles de millones de dólares extras que nos trajeron los petroprecios.
Satanizaban “el dedazo” en la imposición de presidentes de partido y candidatos, y terminaron imponiendo a aspirantes de político sin oficio, que acabaron por perder la manada.
Prometían un buen gobierno que con buenas prácticas y resultados impidiera el retorno del viejo sistema, pero terminaron en el 2012 operando a favor del candidato presidencial del PRI.
Y el abandono y las traiciones a las que sometieron a su candidata presidencial acabaron por hundirlo a un despreciable tercer sitio en las preferencias electorales.
Para medir la magnitud del descalabro, los albiazules están por abajo incluso de una izquierda menos antigua, menos organizada y más fragmentada.
Por eso el PAN luce hoy hecho pedazos. Decir fragmentado sería un piropo.
Las corrientes hacia el interior no encuentran una salida decorosa a la debacle en la que los metió Felipe Calderón desde las fallidas elecciones del 2009.
Y todavía faltan los dolores del post parto sexenal. Cuando termine por descubrirse todo lo que se escondió bajo la alfombra, los juicios y las condenas del séptimo año.
Nadie se atreve a expulsar a un Vicente Fox que se fue a trabajar para la competencia, apoyando abiertamente a Enrique Peña Nieto.
Nadie tiene la entereza para exigirle cuentas a un Felipe Calderón que cumplió a cabalidad su más profundo temor: perdió el gobierno y perdió al partido.
Por eso todos los panistas sobrevivientes a los principios fundacionales están a la espera de que terminen las exequias del actual sexenio. Para reiniciar desde las cenizas la reconstrucción.
Será un proceso doloroso, cuesta arriba, de purga hacia adentro, y de inspiración para reconquistar los espacios perdidos, hacia fuera.
Sin duda habrá que edificarles sendos monumentos a Fox y a Calderón. Pero serán para colocarlos en ese edificio de Insurgentes que conocemos como la sede nacional del PRI. Ese es su lugar.
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