Por @AfroditaOpina.
¿Quién no ha escuchado algo de Mozart alguna vez en su vida? ¿Por qué una ciudad entera se vuelca en festejos por alguien que nació hace 275 años?
¿Quién no ha escuchado algo de Mozart alguna vez en su vida? ¿Por qué una ciudad entera se vuelca en festejos por alguien que nació hace 275 años?
En Salzburgo,
Austria, se realizaran múltiples
conciertos con los mejores ensambles, orquestas, solistas y directores de todo
el mundo. Pero ¿por qué? Hagamos
historia.
Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, nació en
la ciudad de Salzburgo, Viena, el 27 de enero de 1756, último hijo de Leopold
Mozart, segundo maestro de capilla al servicio del príncipe arzobispo de
Salzburgo.
No se tiene noticia alguna de que Mozart asistiera a alguna
escuela de música, su padre Leopold fue su gran maestro. Desde muy pequeño fue llevado a ser escuchado
a diversas cortes de la realeza europea.
A los cuatro años, Wolfwang ya tocaba el clavicordio,
también componía obras de importante dificultad. Teniendo seis años, tocaba con limpieza técnica el violín y el clavecín y leía partituras a
primera vista. Siempre gozó de un oído impecable y una memoria prodigiosa. No resulta
extraño entonces que su padre, un hombre muy religioso, considerara
esos talentos como un “Milagro
Divino” que tenía encomendado acrecentar y cultivar.
Pero sus dotes musicales no siempre fueron bien recibidas y
en su infancia podemos ver esto: el que alguien de doce años de edad, siendo un
tan pequeño pudiera componer una ópera, no estaba contemplado dentro de los
cánones acostumbrados, motivo por el cuál, hablando específicamente de su obra
“La Finta Semplice” (Ópera bufa), fue retirada del programa de presentaciones
de la compañía de ópera imperial.
Anécdotas como esta hay muchas a lo largo de la vida de
Mozart, un hombre de carácter explosivo, orgulloso, galante, de ojos intensos y
grandes, optimista y, según su esposa Constanze, siempre alegre.
En una de sus cartas a su padre, describe el maltrato de un
conde para quien trabajaba y contundentemente enfatiza:
“Escribiré, muy pronto, a ese malhadado hombre para decirle
qué pienso de él, y en cuanto se ponga ante mis ojos le daré una patada que la
recordará en sus carnes para siempre.
A pesar de no ser conde, tengo más
gallardía y honor en mi corazón que muchos de los que gozan de tal título.
Quien me insulte, ya sea lacayo, ya conde, merecerá mi desprecio”.
En otra carta, esta vez a su esposa, percibimos su forma de
amar:
"Querida mujercita:
Mientras el príncipe se ocupa de los caballos, aprovecho con
alegría esta ocasión, mujercita de mi corazón, para decirte dos palabras. ¿Qué tal estás? ¿Piensas tanto en mi como yo pienso en ti?
A todas horas
contemplo tu retrato y lloro de pena y de alegría a la vez. ¡Conserva para mi
tu preciosa salud, y cuídate, amor! No te preocupes por mí, pues en este viaje
me están evitando cualquier disgusto y cualquier contrariedad, excepto tu
ausencia. Pero en cuanto a esto, como no puede ser de otra manera, no hay nada
que hacer. Te escribo estas letras con
los ojos llenos de lágrimas.
Adiós.
Desde Praga te escribiré más extensamente y de forma más legible, sin prisas como ahora. Adiós, te abrazo millones de veces con la mayor ternura y soy para siempre y fielmente hasta la muerte Tu Stu.Stu:
Mozart.
Budweiss, 8 de abril de 1789".
¿Podrían negar su carácter sensible al escuchar sus obras?
Es Mozart, pues, en quien se posa el genio, el talento, las cualidades humanas y de la
personalidad de un artista, que se conjugan para ser nombrado con justicia por muchos músicos “El Trono de la Música”.
Disfruten “Porgi Amor” de la ópera Le Nozze di Figaro.
“Dame, amor, algún remedio a mi dolor, a mis suspiros. Devuélveme a mi tesoro, o déjame,
al menos, morir”.
A. O.