Nota de Sin embargo.
Las víctimas de la guerra siguen
peregrinando por México para ser reconocidas por el Estado. El desprecio
institucional ha sido la constante; la indiferencia la respuesta. El fracaso de
la Procuraduría Social de Atención a Víctimas de Delitos, Províctima, ha dejado
en la indefensión absoluta a todos. Fue una institución creada mediante decreto
presidencial y al vapor por Felipe Calderón en los estertores de su sexenio.
Forma parte de la simulación del poder.
Províctima es una burla a las personas
que más han sufrido en este país a consecuencia de las distintas violencias; es
inoperante y carece de estructura y protocolos para atender a las víctimas.
Surgió el 6 de septiembre del 2011 y su balance de actividades refiere que
encontró a 113 personas desaparecidas, lo que no explica, es que no se trata de
desapariciones forzadas cometidas por Ejército, Marina y las distintas
policías; ni desapariciones del crimen organizado.
Y Sicilia contesta: “Enrique Peña Nieto cumple su
palabra”, “cumple con esa justicia que había sido traicionada”, “Enrique Peña
Nieto ha hecho posible el deseo que le expresamos las víctimas en el Castillo
de Chapultepec”. Y los familiares esperan al final del acto, para tocar y
abrazar al mandatario sensible, al Ejecutivo afectivo, piadoso, compasivo. Pero
se trata de una puesta en escena solamente. El evento fue montado para anunciar
la publicación del “proyecto de decreto” de la Ley General de Víctimas, no fue
para celebrar una ley que está operando debidamente.
El evento, anuncia la ley,
una ley que entrará en vigor 30 días después de su publicación; una ley que
tardará seis meses en tener un reglamento para que funcione; una ley cuyo
Sistema Nacional de Ayuda, Atención y Reparación Integral de Víctimas deberá
crearse dentro de los noventa días naturales a partir de la entrada en vigor;
una ley que da un plazo de 180 días naturales para que los Congresos locales
armonicen sus ordenamientos y otros 180 días para modificar la ley de Salud por
lo que respecta al control sanitario de cadáveres de seres humanos, así como su
Reglamento en materia de control sanitario de la disposición de órganos,
tejidos y cadáveres de seres humanos… Y lo qué es peor: una ley, sin estructura
operativa y sin presupuesto.
En fin, ¿por qué ser parte de una puesta en escena
de algo que todavía no es una realidad?… Es el mismo error cometido con
Calderón y la famosa Províctima que sirvió solo para la simulación. Es dar la
oportunidad a la traición, a la nueva canallada por parte del poder.
Efectivamente el anuncio es un avance, es una esperanza, pero si aún no se
traduce en hechos concretos ¿para qué ayudar al gobierno a lavarse la cara?,
¿para qué adelantarse?, ¿por qué no esperarse a los hechos?
El proyecto de ley
nace bajo controversia. Allí están Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí
señalando que están en contra.
Allí están los expertos diciendo que es
anticonstitucional, señalando sus errores. Uno de esos errores es hacer una ley
en base a un marco jurídico que reduce la atención a solo “víctimas de
violaciones a derechos humanos”, es decir, a los caídos inocentes y no a todos
aquellos que murieron en cualquiera de los bandos.
¿Cuántas leyes se han
aprobado al vapor o bajo intereses de partido y son ahora letra muerta?… La
última fue la ley sobre trata de personas, descafeinada por los mismos
senadores priístas, que tal pareciera la modificaron para seguir protegiendo a
los tratantes de personas, en especial de mujeres y niñas, con fines de
explotación sexual.
La Ley General de Víctimas es una imperiosa necesidad,
cierto. Es un primer paso, cierto. Pero del dicho al hecho, hay un trecho. Es
una esperanza para las víctimas, cierto. Pero parece ser que es más un
paliativo que un remedio. No es ético jugar con las ilusiones de las personas
que han sufrido tanto y a quienes a veces las mismas organizaciones no gubernamentales,
engañan para que formen parte de sus particulares agendas con el poder, agendas
que finalmente no ofrecen solución alguna a sus casos. Ninguna institución está
buscando a los 300 mil desaparecidos, ni mucho menos a los 80 mil migrantes a
quienes sus familias perdieron el rastro en su paso por este país. En México no
existe un Sistema Nacional de Desaparecidos, no hay un plan integral de
excavaciones para seguir buscando fosas clandestinas, tampoco un banco nacional
de ADN para cruzar datos genéticos con los más de 25 mil cadáveres sin
identificar.
Con las leyes existentes y voluntad política se podría haber hecho
mucho. Pero el desprecio de las dependencias, la falta de protocolos y
sistematización de métodos de atención y búsqueda de personas, ha generado un
enorme hoyo negro de impunidad por donde caen cada día cientos de víctimas.
Pareciera, que el problema de México no es la falta de leyes, sino la
aplicación efectiva de las mismas.
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección: http://www.sinembargo.mx/opinion/14-01-2013/11915.
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