Nota de sexovida.com
Ellos están muy enganchados, muy enamorados, pero ni
siquiera se han rozado la piel. Nunca se han visto, ninguno de los dos sabe
cómo mira el otro.
Dicen los que saben de comunidades e identidades virtuales
que así son los amores en Internet: asincrónicos, sin cuerpo.
El amor virtual prescinde del sustento corporal, el
ciberespacio carece de cuerpos y por supuesto de olores y sabores.
¿Eludir el
cuerpo material en las relaciones eróticas, significará la instauración de
nuevas formas de realización del deseo que traerán aparejadas nuevas formas de
satisfacción y su consecuente frustración?
¿Si dos personas mantienen una relación digital sólida
pueden desear, celar, gozar, excitarse? La relación es real, porque lo virtual
produce efectos concretos. ¿Paradoja de nuestra modernidad?, ¿cuál es el lugar
enigmático de la sexualidad en el sujeto de nuestro tiempo? Hay de hecho una
nueva hipocresía sobre el sexo que consiste en suponer que no hay ya nada
misterioso en la sexualidad, que todo lo que había que saber de sustancial ya
se sabe o puede llegar a saberse en el registro del conocimiento objetivo. El
deseo se instala entre los dos términos introduciendo una falta necesaria para
que subsista tanto el amor como el goce. Sin esa falta no se puede amar, y el
goce se vuelve impotencia.
De esta manera cada vez hay menos espera entre el deseo y la
satisfacción. Ese intervalo es tan corto que tiende a desaparecer o a hacerse
instantáneo. El modelo de Internet nos presenta esa metonimia, esa especie de
huida permanente del deseo en su instantaneidad. Casi parece que no hay tiempo
para comprender cuál es el deseo que me habita, porque enseguida debe aparecer
ya su satisfacción. Y esta demanda se iguala así a lo que Freud había definido
en realidad como la pulsión, que es ella misma una demanda instantánea de
satisfacción, una demanda que no admite espera, una demanda que el sujeto se
lleva ahí adonde vaya. Y sabemos que el propio síntoma es definido por Freud
como un intento en el sujeto de dar una satisfacción sustitutiva a esa pulsión.
Ahora el deseo se fabrica por encargo. Y la estructura misma del deseo lo
permite.
Lacan advierte que lo que él llamo la ciencia – o la
técnica- colabora con todo lo que viene ocurriendo, facilitando la dimensión
del hombre objeto, pasivo ante el derramamiento externo “de máquinas extrañas y
productos que no cesan de modelar la subjetividad moderna”. También se derrama
en el interior de los cuerpos “por intermediación de la química” para
modificarlos y modificarnos (llámense drogas o alucinógenos), para que uno esté
hoy invadido por maquinitas que trasportan la voz muy lejos, desmultiplican las
imágenes, las producen de manera más que alucinada.
Todo eso permite constatar la fuerza del flujo del derramamiento
que la ciencia ejerce sobre nosotros con sus objetos, flujo que nos lleva más
allá de los lugares que reconocemos como los de nuestra residencia, más allá de
lo que consideramos familiar.
Y me pregunto, si ese más allá no es el espacio, indiscutiblemente
imaginario, donde se produce la “inquietante extrañeza”. De ser así, ¿cómo, y
de qué manera, esta extrañeza hace marca en el hombre de nuestros tiempos?
Pareciera que el hombre “metro-sexual” y el “tecno-sexual”, son portadores de
una sexualidad ortopédica, semblante de liberación sexual, que ocultan el temor
al encuentro con el propio cuerpo y el del otro. Formas que rigen nuestro
“modo-de-habitar-nuestro-cuerpo”, nuestro modo de pensar, son una respuesta.
Recordemos que el hombre se adapta a las situaciones extremas, convirtiéndolas
rápidamente en hábitos.
Sabemos que el sexo es constitutivo de nuestra subjetividad
y la sexualidad es una construcción subjetiva y social, por lo expuesto
pareciera que la satisfacción actual ya no responde obligatoriamente al
presupuesto de la penetración sino a encuentros sin cuerpos. Nuevas prácticas
sociales han creado nuevas representaciones, la masturbación, tan despreciada
hasta las postrimerías del siglo XX, ha comenzado a mostrar sus virtudes en
épocas de mediatización, del encuentro con el cuerpo del otro. Para el
imaginario actual, las cosas comienzan a ser diferentes: se goza con la
pantalla erotizada del cine, la TV, la PC, con un ser desconocido, y llegado el
caso, hasta se puede concertar un encuentro real.
La falta de cuerpo, de piel, de contacto, de olores y de
cierta “onda” que únicamente se produce de manera presencial, hoy es moneda
corriente. El chateo está atravesado por pulsiones masturbatorias. El
autoerotismo parece llamado a constituirse en la menos riesgosa de las
satisfacciones sexuales: no produce hijos indeseados, no contagia virus y no se
carga con todas las obligaciones que exige el mantenimiento de una pareja real.
Pero tiene sus limitaciones.
Por su parte, la tecnociencia médica -que tradicionalmente
estuvo en contra de la masturbación- ahora la acepta y la promueve. La
fecundación in vitro necesita masturbadores solitarios. Se los excita mediante
videos, revistas porno y juguetes sexuales esparcidos por la aséptica sala de
un centro especializado en inseminación artificial. Se podría decir que la
biotecnología ha contribuido a elevar el nivel de aceptación social de la
masturbación. La ciencia, al hacerla partícipe de su desarrollo, en cierto modo
la ha legalizado.
En una cultura hiperindividualista, el sexo individual no
desentona. Máxime cuando la tecnociencia le sirve como garantía y el mercado
como estímulo. Existen miles de personas que nacieron de la masturbación de
innumerables donantes. En la nueva configuración de los mapas del amor
pareciera estar la idea de que no consumar con un objeto concreto es siempre
desolador. Si el deseo no tiene objeto y lo que imaginamos que es nuestro
objeto de deseo es en realidad una representación de algo inalcanzable, podría
ser que la representación del deseo, actualmente, comience a ser el medio
mismo.
Y en el medio de la navegación por Internet, me topo con un
sitio, donde además ni siquiera necesito al otro virtual para ser: “Second
Life” es un mundo virtual, un simulacro en términos de Jean Baudrillard, que ya
cuenta con millones de habitantes. A este pseudomundo se accede gracias a un
ordenador, una conexión a Internet y un sencillo software que permite la
creación de un “avatar”, una identidad para desenvolverse y vivir esa segunda
existencia. El jugador o habitante de esta “virtualidad” elige, puede entonces
iniciar su andadura rodeado de otras identidades creadas a la carta. Aunque
pueda dudarse, con razón, de que esta suerte de gran escenario virtual sea, en
realidad, una segunda vida, sí que parece representar características de una
sociedad posmoderna; o al menos, ser una metáfora de la posmodernidad. El
habitante de esta urbe futurista es, por vocación, individualista, y su
definición identitaria se establece, fundamentalmente, a través del consumo.
Existe una moneda virtual, el Linden, que permite proveerse de objetos, tierras
e incluso casas, además de acceder a productos de marca que ponen a la venta
comercios y tiendas virtuales. Para ganar su primer dinero, el ciudadano novato
se limita a sentarse en sillones públicos creados a tal efecto y permanecer
allí, inmóvil, durante horas. Sin desplegar otra habilidad o talento que la más
absoluta de las quietudes, se gana una miseria de dinero-Linden que, poco a
poco, acumulado, contribuirá a que nuestro “avatar” gane en estatus y prestigio
virtual. Ese “avatar” o “personaje”, que es una simplona caricatura de nosotros
mismos, existe en la medida que consume, y supone una imagen. La sociedad de “Second
Life” es, en ese sentido, una sociedad embrionaria, plagada de jóvenes,
esculturales, musculosos, que nunca se alimentan; no hay obesos; tampoco nadie
muere allí. Paradojas de la modernidad, sexualidad sin cuerpos, posibilidad de
recreación de seres virtuales. “Paraísos artificiales” diría Baudelaire.
Y entre tanto espacio virtual, la metáfora poética me
devuelve el sentido eterno de la condición humana. Borges escribió que “Toda
poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que ha sido dado escribir. La
triste mitología de nuestro tiempo habla de la subconciencia o, lo que es aún
menos hermoso, de lo subconsciente; los griegos invocaban la musa, los hebreos
al Espíritu Santo; el sentido es el mismo”. “El destino del lenguaje del hombre
es incierto. El hombre es una criatura errante, su desobediencia dio origen al
tiempo al que ahora está sujeto. ¿Qué medios tiene para que se atreva a tener
la esperanza de redimirse, de liberarse del tiempo y abolirlo? El mismo que se
ha tenido desde los tiempos remotos: la poesía, los ojos de Dios”.
http://www.sexovida.com/psicologia/ciberespacio.htm
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