Por: Alejandro Páez Varela para Sin embargo.
“Se necesitaron 30 años de catástrofes”, me recuerda un
amigo. Cierto. De hecho, 32 años: de 1968 a 2000: Represión, control férreo de
la prensa –con dinero y con presiones–, estudiantes asesinados, policía
política, devaluaciones, fraude petrolero, corrupción escandalosa, malos
manejos, programas de gobierno fracasados, más pobreza, desplomes financieros,
un terremoto devastador, mentiras, engaños, fraudes electorales.
Tres décadas y
dos años de catástrofes para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y
sólo así, después de tanta calamidad, los mexicanos se atrevieron al cambio.
¿Son posibles seis años de catástrofes para que el PRI vuelva a perder, ahora
que se ha instalado en Los Pinos? Imposible. O casi imposible. Dios nos libre.
Y allí está el detalle, diría el cómico. Es muy probable
que la izquierda llegue dividida a 2018. Ya mismo, hay dos grupos claramente
identificados y excluyentes: el de Andrés Manuel López Obrador, y el de Marcelo
Ebrard Casaubón. No creo que alguno de los dos ceda a favor del otro: los
primeros porque creen que AMLO puede ser por tercera vez candidato, y ganar; y
los segundos porque creen que con Ebrard y los progresistas es posible alcanzar
la Presidencia. No veo una candidatura única. Se robarán votos entre sí. Esa
votación copiosa para arrebatar Los Pinos al PRI la veo casi imposible desde la
izquierda.
Es muy probable que el PAN apenas logre sacar la cabeza en los
siguientes años. En el corto plazo, tratará simplemente de mantenerse vivo
después del daño que significó la Presidencia de Felipe Calderón Hinojosa. ¡Se
quedó con menos de una tercera parte de los militantes que tenía hace un año!
En estados como Chihuahua, por ejemplo, uno de los bastiones históricos
panistas, sólo refrendó su membresía el 20%. ¡Veinte por ciento! Sí. No veo
cómo, en el corto plazo, Calderón y los calderonistas dejen el PAN en manos de
alguien que convoque a la unidad y, lo más importante –porque los panistas son
disciplinados–, que logre purgar la ideología excluyente, basada en el castigo,
que dejó el ex Presidente.
Esa votación copiosa para arrebatar Los Pinos al PRI
la veo casi imposible desde el panismo. ¿Qué nos queda? Nada. Los partidos satélite:
el Verde y el PANAL, del PRI; y el del Trabajo y Movimiento Ciudadano, de
Morena. Dios nos libre de seis años de catástrofes. No sucederán (cruzo los
dedos y escribo).
El PRI, por sí mismo, no se colocará a la orilla de la mesa
para que lo derrumben. ¿Entonces? Sólo una votación masiva a favor de un
candidato con arrastre arrebatará la Presidencia al priismo. Que los
catastrofistas no sueñen con milagros. Mucho menos los que creen en
“levantamientos” (incluso civiles y civilizados) y mafufadas por el estilo:
eso, queridas y queridos lectores, no sucede en México. Los partidos de
oposición necesitarán reinventarse y sorprender. Buscar una alianza para
enfrentar las elecciones federales intermedias dentro de dos años y medio, y
luego descubrir y sacar, de entre sus filas o de la sociedad civil, a un hombre
que los represente en 2018. Claro que está de por medio el tema de la
ideología. No me meto en ese tema porque no terminamos: yo mismo escribí que
era una aberración el voto útil para Vicente Fox. Sólo digo que es posible
frenar al PRI en alianza. Ahora les doy mis pronósticos: es más fácil que un
camello quepa por la ranura de una urna, a que el PAN, el PRD y Morena busquen
candidatos comunes, un gobierno de coalición efectivo (no el fiasco de Moreno Valle,
Cué, Malova, etc.) y un hombre fuerte, preferentemente de la sociedad civil,
para 2018. Lo veo imposible. Así que prepárese: vienen 12 años de PRI, cuando
menos.
Yo creo –y que la boca se me haga chicharrón– que serán 18. Así lo
escribí a principios de este año y se me fueron a la yugular. Amigas, amigos,
no hemos entrado simplemente al sexenio de Enrique Peña Nieto –y perdonen mi
persistente pesimismo–: vivimos, desde ya, queramos o no, la nueva era del
viejo PRI. Espero vivir para ver el día en que los priistas dejen, por segunda
ocasión, Los Pinos.
*** [Un comentario final. No me quiero quedar con las
ganas, y disculpen si mezclo zapote con enchiladas. Me hubiera gustado que
Barack Obama llorara, como lo hizo en Newtown, Connecticut, por los muertos de
Rápido y Furioso. Esos también son muertos de sus armas, pero en México. No, no
es una tragedia menor la del viernes pasado. Pero acá también se paga por la
sabrosa fascinación gringa por las armas].
@paezvarela
http://www.alejandropaez.net
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/opinion/17-12-2012/11396.
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