Agoniza 2012. Se termina un año infame. México marcha hacia
el pasado autoritario y siguen siendo la ilegalidad, la impunidad y la
corrupción los signos vitales del sistema.
Ha sido este, también, el año de la desmemoria. A punta de
billete compró el PRI la Presidencia y ya se halla de nuevo instalado en Los
Pinos. Lo impensable ha ocurrido. Los que medraron más de 70 años, los que
saquearon el país, han vuelto al poder.
Con decenas de miles de muertos y desaparecidos a cuesta,
este hombre enfermo de megalomanía, adicto a la propaganda, insensible ante el
dolor que en tantas familias su guerra ha causado, se mueve protegido por el
Estado Mayor y por el pacto de impunidad negociado con Enrique Peña Nieto, como
si no hubiera convertido a México en una gigantesca fosa común.
Disfruta también Calderón de la seguridad que le brinda
Washington, al que con tanto celo sirvió librando una guerra por encargo.
Una guerra que no detuvo el flujo de droga hacia el norte
pero sí encareció el producto, lo que significó unos cuantos miles de millones
de dólares más para la maltrecha economía norteamericana.
Una guerra que produjo la proliferación y el empoderamiento
de los cárteles de la droga en México y la exacerbación de la violencia.
Una guerra que, sobre todo, hizo que se perdiera el respeto
a la vida como valor fundacional y que, de alguna manera, millones de mexicanos
se compraran la coartada calderonista para el asesinato: el “se matan entre
ellos”.
Una guerra que terminó de corromper hasta la médula a las
instituciones en México.
Que hizo que operaran impunemente escuadrones de la muerte
en el Ejército y la Marina.
Que legalizó la masacre.
Que, en los hechos, instauró la pena de muerte sin proceso
judicial alguno de por medio.
Una guerra que, a fin de cuentas, permitió que el proyecto
bipartidista neoliberal se consolidara y que, con el apoyo de los poderes
fácticos, el PRI y el PAN lograran, nuevamente y mediante otra imposición, la
segunda en solo seis años, cancelar la transición a la democracia y cerrar el
paso a la izquierda electoral.
Una guerra que, de alguna manera, se perpetúa a sí misma.
Que al cancelar la democracia cancela la condición previa e
indispensable para la paz que es el respeto a la voluntad ciudadana que, sin
interferencias, ha de expresarse en las urnas.
Una guerra que nadie, en el poder, tiene intenciones reales
de terminar, pues un pueblo con miedo es un pueblo sumiso.
Una guerra, además, que nadie puede ganar a punta de fusil y
nadie está dispuesto a librar donde y como hay que librarla para ganarla:
atendiendo las causas profundas de la violencia.
Una guerra que ha permitido que este 2012, para vergüenza
nuestra, transitáramos, ante el estupor del mundo, de una presidencia robada a
una presidencia comprada, toleráramos un doble crimen: la partida impune de
Felipe Calderón y la consecuencia natural de su trágica y fallida gestión, la
imposición de Peña Nieto.
Año infame el que termina para este país desmemoriado.
País que, desgraciadamente y a semejanza de quienes lo mal
gobiernan, se ha comprado la idea de que la televisión es su espejo.
Que así, como lo pintan en pantalla, se mira y así, en
consecuencia, reacciona o deja de reaccionar ante los abusos del poder.
Año infame en el que muchos más por miseria cultural,
espiritual, resultado de la labor de zapa de esa misma televisión, que a causa
de su pobreza, vendieron sus votos.
Año, pues, de la infamia y la desmemoria como pocos.
Año también de la vergüenza y de la muerte.
Año de la guerra.
Año de la oscuridad.
Año iluminado por solo una luz: la generada por los
estudiantes en las calles.
Una luz poderosa y esperanzadora que, sin embargo, no logró
detener la caída hacia el pasado pero que permitirá defender lo que nos queda,
el país que amamos, las libertades que hemos conquistado, los bienes de la
nación que, esos que se reparte hace décadas el poder, ya han comprometido y
que pretenden arrebatarnos.
No terminó la resistencia frente a la imposición el 1 de
diciembre. Al contrario, apenas comienza.
Se perdió la Presidencia. La compraron, con otros colores,
quienes hace seis años la robaron, es cierto, pero lo que no se ha perdido
todavía es el país.
Nos toca defenderlo; en el Congreso, en los medios, en la
calle.
Nos toca resistir donde y como se pueda.
Nos toca hacerlo unidos. Nada podrán los estudiantes solos.
Nada tampoco los partidos o movimientos de la izquierda si actúan por separado.
Un solo bloque han formado PAN, PRI, tv, la inmensa mayoría
de los medios, el poder del dinero y la alta jerarquía eclesiástica. Los
esfuerzos aislados contra este bloque serán estériles.
Es la hora de deponer protagonismos. De sacudirse prejuicios
ideológicos. De franquear barreras que son, sobre todo, producto de la adopción
defensiva, el discurso desmovilizador de la derecha.
Si 2012 fue otro año infame nos toca hacer de 2013 el año de
la dignidad recuperada.
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La mejor pregunta seria ¿en realidad dejaron el poder? o únicamente lo compartieron con los panaderos porque es la misma mierda malditos partidos van ha acabar con el país
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