Por: Jorge Zepeda Patterson Díganme quién comió con quién y
en qué restaurante, y yo pongo la conversación, dijo alguna vez un conocido
columnista, en un arranque de cinismo. O quizá simplemente era un
reconocimiento al hecho de que los intercambios entre políticos son
absolutamente predecibles.
Recuerdo artículos de otro analista que reproducía
“las conversaciones” que Marta Sahagún y Vicente Fox sostenían por las noches
en su cabaña de Los Pinos, como si el autor de los comentarios hubiese estado
debajo de la cama de la dispareja pareja presidencial.
Con el afán de intentar una respuesta en unos cuantos párrafos
me limitaré a la veintena de colegas que escriben diario o varias veces a la
semana en los principales diarios. De entrada una consideración: pocos autores
son capaces de ofrecer una calidad meridiana en cada una de sus colaboraciones.
A mi juicio no hay capacidad de análisis o cúmulo de información que resista.
Es imposible iluminar a la opinión pública cada día de lunes a viernes, semana
tras semana.
Un lector medianamente entendido sabe que debe leer a varios
columnistas porque ninguno por sí mismo basta para ofrecer ángulos frescos de
los temas del día. Como los buenos bateadores, un autor que escribe diario
tendrá un buen porcentaje de bateo si al menos tres o cuatro de cada 10
columnas resultan interesantes o aportan alguna información nueva. Bajo esa
presión, el columnista con frecuencia profetiza de más, ve carambolas de tres
bandas en toda declaración, y atisba complots y minas escondidas allá donde los
demás sólo ven terreno llano y plácido. Se exige a sí mismo a estar un paso
delante de todos en cualquier materia aunque para ello tenga que imaginarse la
conversación de actores políticos a los que vio sentados en un restaurante.
Quizá por ello las columnas colectivas de los periódicos (“Templo Mayor” de
Reforma, “Bajo Reserva” de El Universal, “Trascendidos” de Milenio o “Frentes
Políticos” de Excélsior) suelen ser más leídas que el resto de los
articulistas. Tales columnas se alimentan de los tips que proporcionan los
reporteros que cubren distintas fuentes y los dimes y diretes que llegan a los
directivos de la Redacción. Difícil para un autor individual competir contra
eso. Por otra parte está el tema del sesgo de los autores. Todos los que escribimos
tenemos inclinaciones ideológicas y empatías y antipatías con diversos actores
políticos.
Toda columna de opinión es subjetiva. Tales sesgos a veces ni
siquiera están asociados a un posicionamiento ideológico. En ocasiones
simplemente obedecen a que por una u otra circunstancia se estableció un
diálogo más o menos de confianza con alguna fuente. A la postre se termina por
conocer y entender los argumentos de un político en detrimento de otro por la
simple razón de que la exposición es mayor a aquél que a este. No sé si eso
sucedió con Carlos Marín y Ciro Gómez, quienes durante buena parte del sexenio
se dedicaron a defender con vehemencia la estrategia de seguridad de Genaro
García Luna. Supongo que tenían acceso a información de la que carecíamos el
resto de la comentocracia que en su mayoría ha sido crítica a la guerra de
Calderón (habrá que ver ahora qué opinan de la estrategia de Peña Nieto, que
camina en dirección opuesta).
A partir de estas posiciones a contrapelo han
desarrollado un gusto por convertirse en polemistas de tiempo completo a favor
o en contra de políticos y de otros comentaristas. Muchas veces su lectura es
necesaria por la frecuencia con la que provocan un tema de escándalo, pero el
afán de convertirse en centro de la polémica en ocasiones resulta demasiado
forzado. Ese tono parece haberle funcionado a Ricardo Alemán, dispuesto siempre
a encontrar batallas y ángulos atrevidos que los demás no ven. Interesante en
ocasiones, y sin duda informado, pero excesivamente descalificador en sus
caracterizaciones y demasiado obvio en su fobias (la izquierda, por lo
general).
En otras ocasiones, el sesgo procede de la relación de los autores
con sus fuentes de trabajo.
Suelo leer la columna de Carlos Loret en El
Universal, usualmente bien informadas e ingeniosamente escritas, salvo cuando
asume la defensa de Televisa, para quien labora en las mañanas. Joaquín López
Dóriga es menos militante en temas de la televisora (quizá por que ya “no
necesita”), pero su porcentaje de bateo es bajo. Una o dos veces por semana
siembra alguna información inédita, producto de su cercanía con políticos de
primera línea. Se agradece el tono mesurado de Sergio Sarmiento y sus puntos de
vista, aunque la mayoría de las veces su columna es prescindible para el lector
“profesional”. Sarmiento intenta, con buenos resultados, hacer un trabajo
pedagógico sobre temas de política y economía para un público más amplio.
A
Katia D’Artigues siempre hay que leerla, de reojo al menos, sobretodo si hemos
perdido el hilo de la agenda diaria. Su extensa columna en El Universal hace un
inventario ameno y sistemático de la agenda. Su seguimiento de las redes
sociales es un buen aporte a la discusión pública. Julio Hernández en
“Astillero” (La Jornada) es necesario para todo aquél que quiera seguir los
intríngulis del interminable culebrón de las tribus de la izquierda.
El
problema es que en ocasiones puede ser muy esotérico. La ironía humorística que
persiguen sus textos suele hacerlos oscuros o requerir mucha información
adicional en temas de la izquierda. Francisco Garfias en Excélsior es el
columnista que más ha crecido en los últimos años. Con frecuencia difiero de su
interpretación, pero sus textos están cargados de información política fresca,
gracias al reporteo incesante de las fuentes directas. A diferencia del propio
Excélsior que rara vez “da la nota”, la columna de Garfias se ha convertido en
imprescindible.
Ocasionalmente la columna de la que se va a hablar en la
sobremesa procede de autores no considerados aquí. Pero qué se le va a hacer.
Salvo que usted sea jubilado o ex Presidente, resulta difícil encontrar tiempo
para repasar docenas de textos que terminan por ser reiterativos entre sí. En
resumen, mi lista imprescindible, no por gusto o coincidencia sino por deber
profesional: “Templo Mayor”, “Bajo Reserva”, Loret, Garfias.
Y una ojeada un
par de veces a la semana: “Astillero”, Kathia, Ciro y López Dóriga. Y aquí en
Sin Embargo.mx ”Casa de Citas” se ha vuelto una agradable costumbre. El tema de
los escritores semanales requiere un texto para otra ocasión.
Pero adelanto
cuatro imprescindibles: Jesús Silva Herzog Márquez, Lydia Cacho, Jorge
Castañeda y Ricardo Raphael. Se reciben sugerencias.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net
Este contenido ha sido publicado originalmente por
SINEMBARGO.MX en la siguiente dirección:
http://www.sinembargo.mx/opinion/19-12-2012/11458.
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