Comentario de neo.xkyzer0: Lo he dicho antes y lo diré de nuevo...gane quien gane, nosotros perdemos.
Por: Olga Pellicer
En: Proceso
Contenido original en:
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Al momento de escribir estas líneas, según
las encuestas, sigue el empate técnico entre los contendientes a la
presidencia de Estados Unidos. En los estados “oscilantes”, aquellos que
en último momento dan los votos para poder alcanzar los anhelados 270
en el Colegio Electoral, la batalla se da casa por casa, elector por
elector. Los equipos de uno y otro luchan por ganar a los indecisos, por
convencerlos de ir a votar el 6 de noviembre.
Para dar mayor
dramatismo al momento, el huracán Sandy ha devastado la costa nordeste
de Estados Unidos dando un giro a la atención de la opinión pública que,
por lo pronto, ha dejado en segundo término la batalla electoral. Quizá
es un acontecimiento favorable para Obama; sólo quizá.
Mientras
se mantiene el suspenso, en México se formula con insistencia la
pregunta: ¿Quién le conviene a México? Ante todo, cabe recordar que
nuestro país no es prioridad en esta campaña electoral. Son otras las
regiones y los problemas que aparecen en debates y comparecencias donde
lo importante es asegurar votos. Desde esa perspectiva, la mirada de los
candidatos sobre la situación internacional parece limitada y
superficial, casi insultante si se toman en cuenta las responsabilidades
que tienen sobre los acontecimientos mundiales. Pero así es en una
campaña: desgraciadamente la política exterior queda supeditada a las
necesidades electorales inmediatas.
Lo anterior no significa que
México no le importe a quien llegue a la Casa Blanca y, aún menos, que
sea un asunto menor para los mexicanos. Por el contrario, el triunfo de
uno u otro de los candidatos tendrá gran importancia para el futuro de
nuestro país, por varias razones. Dentro de ellas hay dos que conviene
hacer notar.
La primera es la orientación que darán a la política
económica. Para México el crecimiento de la economía estadunidense es
fundamental. Para bien o para mal, el principal motor de la economía
mexicana son las exportaciones a ese país. Un estancamiento y, peor, una
recesión en Estados Unidos, harían muy difícil alcanzar las
aspiraciones de crecimiento económico que prometen los dirigentes y
anhelan todos los mexicanos.
Si se toman en cuenta la historia de
los últimos años y los puntos centrales de las propuestas de Romney, la
balanza se inclina definitivamente a favor de Obama. Así lo han
entendido dos medios de comunicación tan importantes como el New York
Times y el Washington Post, que acaban de fijar su línea editorial a
favor de su reelección. Los argumentos son convincentes: No se puede
perder de vista que los orígenes de la crisis desencadenada en el 2008
provino de las administraciones republicanas; tampoco se puede ignorar
que las bases de la propuesta económica de Romney, centradas en la
disminución de impuestos y el repliegue del gobierno, tienen una
posibilidad de éxito muy dudosas. Conllevan el peligro de producir una
seria recesión, que se manifestaría tan pronto como el año entrante.
El
segundo tema de interés para México tiene que ver con la mayor o menor
disposición de quien llegue a la Casa Blanca hacia los trabajadores
mexicanos en Estados Unidos. Aquí los hechos apuntan también, aunque se
pueden señalar ambivalencias, a favor de Obama. Es conocido el
compromiso de Romney con las filas de su partido más profundamente
opuestas a la presencia de trabajadores que lleguen sin permiso a
Estados Unidos. El sentir de grupos republicanos es el que ha inspirado
las leyes estatales anti-inmigrantes, cuyo mejor ejemplo, aunque no el
único, es la Ley Arizona. Por lo demás, ha expresado su preferencia por
alentar la “autodeportación”, que se busca haciendo intolerable la vida a
los trabajadores indocumentados.
Cierto que el récord de Obama en
materia migratoria no es totalmente satisfactorio. La prometida reforma
integral no fue presentada al Congreso, y el número de deportaciones de
trabajadores migrantes durante su administración ha sido uno de los más
altos en la historia. Puede argumentarse, sin embargo, que la
polarización dentro del Congreso hacía imposible un entendimiento
bipartidista, sin el cual no se puede lograr la aprobación de la
mencionada reforma.
Por otra parte, también se deben poner en la
balanza las acciones positivas de Obama, como las realizadas desde el
poder judicial para neutralizar la Ley Arizona; la acción afirmativa que
finalmente está concediendo una tregua a los jóvenes mexicanos que
llegaron con sus padres siendo niños; sus esfuerzos por lograr la
aprobación del Dream Act y, de manera más general, su valor emblemático
como el líder de una sociedad plural, multiétnica, multicultural, que
integre a los grupos más desfavorecidos de la sociedad estadunidense.
Una visión que contrasta con el estilo excluyente, conservador e
intolerante que caracteriza a los republicanos, en particular a los
agrupados en el movimiento del Tea Party.
Las reflexiones
anteriores no significan que sea la voluntad del presidente la que
decidirá el rumbo de la economía o el destino de las políticas
migratorias. Mucho de esto se decidirá o se empantanará en el Congreso;
mucho dependerá de la relación de fuerzas que se configure a nivel
estatal a partir de las elecciones de gobernadores, representantes y
senadores.
Lo deseable es un resultado electoral que permita
superar la polarización tan extrema que se advierte hoy día en la
sociedad estadunidense. Desafortunadamente, es difícil que tales sean
los resultados que conoceremos el 6 de noviembre. En relación con el
Congreso, por ejemplo, se esperan mayorías distintas en el Senado y en
la Cámara de Representantes. De ser así, quien sea el que resulte
elegido encontrará dificultades para hacer pasar sus iniciativas. Tales
son los costos de la democracia estadunidense, tan admirada y tan
disfuncional.
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