Por: Blanca Heredia
En: La razón
Durante su reciente visita a Europa, el presidente electo Peña Nieto, mencionó en al menos dos ocasiones que la educación será un asunto prioritario durante su gobierno. Ante autoridades y empresarios británicos señaló, según lo reportado por este diario, que la educación “será prioridad en la agenda de su gobierno para ampliar la cobertura en los niveles de mayor rezago, especialmente en… educación superior y media superior, y elevar la calidad. En París, ante la directora de la UNESCO, retomó el tema y, de acuerdo a lo reportado por ADNpolítico.com, manifestó que una de las grandes prioridades nacionales es transformar el sistema educativo”.
Estas declaraciones ocurrieron pocos días después de que el grupo encabezado por Aurelio Nuño, encargado de Educación dentro del equipo de transición, diera a conocer las cinco prioridades del nuevo gobierno en la materia. A saber: Escuelas de tiempo completo, habilidades digitales para todos, evaluación docente, reforma de las escuelas normales y universalización del bachillerato.
Es de celebrar que el Presidente electo incluyera a la educación entre sus prioridades durante su gira a Europa y que se vayan conociendo los temas centrales de su agenda educativa. Lo es dada la importancia central que tiene la educación para el presente y futuro del país, y lo es también, pues hasta antes de estas noticias, el asunto había brillado por su ausencia en los principales pronunciamientos y actos del Presidente electo y su equipo.
El enterarme de que, al parecer, la educación no está del todo ausente del radar del Presidente electo me produjo inicialmente un cierto alivio. Tengo que confesar, sin embargo, que el alivio en cuestión fue breve y frágil, pues, de inmediato, me asaltaron un montón de preguntas.
Hacer el tipo de cosas que hay que hacer para enderezar el barco de la educación en México no va a ser fácil y va a requerir dosis inusualmente altas de convicción y de disposición a asumir riesgos y costos. ¿Cuenta el nuevo gobierno con alguna visión de fondo que vincule la educación a uno o a ambos de los dos temas que, seguramente, serán los centrales, es decir: crecimiento económico y seguridad? ¿Tendrá el nuevo gobierno el interés suficiente y el talante requerido para asumir los costos que involucrará recuperar para el Estado mexicano, al menos alguna parte, del control que tantos y tan variados gobiernos le han ido cediendo a los liderazgos magisteriales y, muy particularmente, a las cúpulas del SNTE? ¿Contará el nuevo equipo gobernante con la convicción y el ánimo para enfrentar las resistencias que supondrá reducir la escandalosa ineficiencia del gasto educativo? ¿Habrá visión para transformar algunos de esos costos necesarios en beneficios palpables para la colectividad y para el propio gobierno y su partido? ¿Las prioridades anunciadas en educación, forman parte de un proyecto de país grande y potente que nos incluya a todos?
Sólo una vez respondidas este tipo de preguntas con hechos y acciones concretas, podremos saber qué tanta prioridad efectiva tiene la educación en la agenda del nuevo gobierno. “Obras son amores y no buenas razones”, como diría Sor Juana.
bherediar@yahoo.com
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