Luis Adrián Betancourt tenía 24 años y el grado de
sargento de la Marina cuando se desató la Crisis de los Misiles de 1962.
Fue enviado a la base naval del Puerto de Mariel pero su principal
temor era lo que podía ocurrir en La Habana, donde estaba su hijo Boris,
quien había nacido hacía apenas ocho meses.
Recuerda que al llegar a la unidad los formaron y
por los altavoces se oyó: "Atención, atención, la unidad en pie de
guerra, todos a sus puestos".
"Siempre
hacíamos esos entrenamientos pero cuando nos concentraron a los jefes
nos dijeron 'ahora si es de verdad"´, recuerda en conversación con BBC
Mundo.
Cuenta que "primero me pusieron al mando de la
escolta de la jefatura del Estado Mayor bajo tierra pero cuando se puso
la disposición combativa a la espera de que por varios lugares hubiera
confrontación, me asignaron una brigada de infantería".
"Todo eso estaba bajo tierra"
"Constantemente llegaban informaciones: que se vio un barco por aquí, que se vio un barco por allá, hasta una mañana en que encontramos una cortina de barcos"
El sargento explica que había "túneles, que
probablemente existían desde antes porque ahí estaba la base naval. En
uno se guardaban armas, en otro vivía la gente, incluso allí estaban los
puestos de mando y las comunicaciones".
"Todo estaba bajo tierra".
Rememorando ante los micrófonos de BBC Mundo,
relata que "la vida era muy irregular, siempre tenso, recibiendo las
noticias, las posibilidades de confrontación, preparando rápidamente las
lanchas que había en el puerto, preparando los armamentos... era
siempre un corre-corre en toda la unidad".
La tensión aumentaba cada día, "pasaba muchas
horas sin dormir, llegué a pasar dos días sin dormir, porque
constantemente llegaban informaciones: que se vio un barco por aquí, que
se vio un barco por allá, hasta una mañana en que encontramos una
cortina de barcos".
Amenaza en el mar y el cielo
La marina de guerra de Estados Unidos estaba tan
cerca que los cubanos podían distinguir fácilmente que tipo de barco
era cada uno, "nosotros teníamos unas cartillas que decían, éste es un
crucero, éste es un torpedero, y ahí estaban todos, haciendo señales y
todas esas cosas".
"A eso súmale que todos los días, a las 8 u 8 y
pico de la mañana pasaban dos aviones americanos. Pasaban en vuelo
rasante por encima de las cabezas de nosotros. Un ruido tremendo y se
les veían los cohetes". A pesar de la presión en su unidad solo hubo dos
deserciones.
Betancourt recuerda que una mañana la
posibilidad de la guerra se hizo más patente que nunca: el propio Fidel
Castro dio la orden a todas las unidades de disparar a los aviones
estadounidenses que violaran el espacio aéreo cubano.
"Yo estaba al frente de una brigada que tenía
tres piezas de cuatro bocas, chinos, y tenía muchachitos de 14 o 15 años
manejándolas".
La noche antes uno de ellos vino a decirle que
al día siguiente no se atrevería a tirarles, "¿Ud. ha visto los cohetes
que tienen?", le preguntó.
Betancourt le fue sincero "yo sé que mañana,
cuando estemos en donde estemos y le tiremos a los aviones, nos van a
barrer de aquí pero tú y yo, con miedo y cagados en los pantalones, les
vamos a tirar porque en definitiva si bombardean nos van a alcanzar de
todas maneras".
Armas atómicas volando
"El día más duro, más terrible, fue cuando tuve en mis manos un mensaje que decía 'en estos momentos sobre la Ciudad de la Habana vuelan súper fortalezas con armas atómicas'"
Todos sabían que se trataba de una guerra
nuclear, "yo tengo todavía por ahí un libro que repartieron entonces,
era norteamericano precisamente, sobre cómo protegerse lo más posible en
una guerra nuclear. Sí, eso estaba claramente entre las posibilidades".
Para el "el día más duro, más terrible, fue
cuando tuve en mis manos un mensaje que decía: 'en estos momentos sobre
la Ciudad de la Habana vuelan Súper Fortalezas con armas atómicas'. Ese
día yo no dormí, me senté en un lugar abandonado a pensar en mi hijo".
Recuerda que entonces su principal motivación
fue sentirse "el escudo detrás del cual estaba nuestras familias,
nuestros padres, nuestros hijos, nuestras esposas, y estaba el país. No
podíamos fallar, nosotros teníamos que hacer de escudo porque era la
defensa de todos".
Luis Adrián nos cuenta que al final "la crisis
se diluyó, no hubo un día que nos dijeran hoy se acabó la Crisis de
Octubre. Se fueron dando permisos para ver la familia, empezamos a
colaborar con los campesinos de la zona, fabricamos una escuela y así
comprendimos que el peligro había pasado".
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