lunes, 25 de febrero de 2013

No quiero 100 años de Constitución


I

En 1917, un congreso espurio e ilegítimo, encabezado por la camarilla de ex-porfiristas de Venustiano Carranza, y “jacobinos” de Álvaro Obregón, representantes de la grande y vieja, así como de la pequeña y nueva burguesía del campo y de la ciudad, establecieron las “nuevas reglas del juego”, en la que sería la constitución de México, durante los siguientes 96 años hasta ahora. Estos “caudillos”, dirigentes del Ejército Constitucionalista, habían desconocido antes el gobierno de la Convención de 1914, donde las fuerzas plebeyas y campesinas de Villa y Zapata estaban representadas. Luego de recibir apoyo del imperialismo gringo, con la invasión en Veracruz ese mismo año, las fuerzas de la reacción, representantes de la vieja sociedad, de los ricos y del “orden”, avanzaron para aplastar la insurrección popular, y aunque no lo consiguieron del todo, sí lograron destruir el gobierno revolucionario de Pancho Villa y su División del Norte en Chihuahua, y la Comuna de Morelos, sostenida por el Ejército Libertador del Sur, dirigido por Zapata.
Así, en el congreso constituyente donde las armas se impusieron, las camarillas dominantes, tuvieron como objetivo manipular a las masas todavía insurrectas a través de leyes que, en el discurso, decían dar solución a las exigencias revolucionarias de “Tierra y Libertad”, como el artículo 27, del “reparto agrario”, el cuál puso en las vías de las instituciones y la legalidad, las luchas por la tierra, sin tener que realizar en los hechos la reforma agraria; del mismo modo, el artículo 123, el otro antiguo “orgullo” de la constitución (que ya no existe por las reformas neoliberales), lejos de reconocer el derecho de organización y de huelga de los trabajadores, solo sirvió para canalizar las luchas de la clase obrera al ámbito del estado, lo que ocasionó la dependencia política, ideológica y muchas veces hasta organizativa, de grandes sectores campesinos y proletarios al estado, y sus corporaciones, como la Confederación Nacional Campesina, y la Confederación de Trabajadores Mexicanos y muchas otras.

Como decía, la aplicación de estas leyes no favoreció a los de abajo, y las utilizaron los de arriba para lo que les convenía, lo que dio lugar a brotes de rebeldía en el campo y en las ciudades, en los que las “fuerzas del orden” tuvieron que “solucionar” las exigencias de tierra y derechos de los trabajadores, a sangre y fuego. Pocos años después, de cualquier manera se fueron implementando los cambios necesarios a las leyes, para legalizar el abuso, el despojo y la sobre-explotación de los capitalistas. Por ejemplo, ya en 1942, el artículo 27 fue reformado para otorgar “títulos de inafectabilidad” a los latifundistas para la defensa jurídica de sus grandes haciendas basadas en el despojo. 50 años más tarde, volvió a ser reformado el mismo artículo para permitir definitivamente la compra de la tierra como cualquier mercancía. Del mismo modo, el artículo 123 de la ley federal del trabajo, que durante décadas pasó por un constante pisoteo y distintas mutilaciones, y el artículo 3 sobre el carácter de la educación, y que hoy han sido sepultados por las reformas estructurales, fueron, en vida, las ilusiones “democráticas”, de una “democracia” ilusoria, que legalizaron siempre la represión policiaco-militar, cuando las luchas no se dejaban canalizar por los medios de los de arriba.

II

En 1651, en la Inglaterra que se debatía entre la “revolución burguesa” y la monarquía reaccionaria, emprendiendo vuelo para convertirse en el imperio colonial, surgió un pensador llamado Tomás Hobbes, que sentaría la moda para siglos después, convirtiéndose en un “Clásico” de la Filosofía y la Sociología que buscan justificar y a lo mucho interpretar las sociedades divididas en clases. Pese a que Tomás Hobbes haya propuesto un estado que hoy veríamos como “totalitario”, los filósofos y sociólogos que por moda defienden la democracia burguesa, han encontrado profundas raíces en las expresiones más duraderas de este “Pensador Clásico”: “El hombre es el lobo del hombre” y “El estado es un Leviatán”. Lo que me parece que más salta a la vista es que no dice que el hombre es el lobo de las mujeres. No es casualidad.

Si el hombre es un lobo, quiere decir que como un animal, tiene una naturaleza intrínseca que puede ser estudiada como se estudian las “ciencias naturales” y las “ciencias exactas”, que con han avanzado de la mano del capitalismo para explotación del mundo y de la gente. Si es así, entonces las formas de dominar a los hombres, son de la misma manera un “Arte”, una “ciencia”, que parte de una razón natural. Y como Inglaterra es el país más avanzado, las formas de gobernar ahí, se expandirán a todos lados, por la fuerza de la conquista y la colonización. Quienes no se gobiernen así, no son parte del “Hombre”, son algo inferior, mujeres, por ejemplo, niños, indios, negros, que solo sirven para ser esclavos, como lo demostró Inglaterra, que construyó su imperio traficando seres humanos como si fueran mercancías. Claro que Inglaterra fue el lobo de los países coloniales, y al interior del “Leviatán”, lo que siempre buscaron los señores de la clase dominante fue que los hombres pelearan entre sí, y quisieran dominar al otro, para que de esa manera, no estuvieran unidos y no pelearan contra los de arriba. Esto hasta hoy en día les sigue funcionando a la clase rica dominante.

Entonces dice Hobbes, “Ese gran Leviatán (...) no es sino un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido”, es decir, podríamos entender que el “Estado” es un “super-hombre”, o sea un “super-lobo” del hombre. Se supone entonces, que cada “hombre” cede al “Leviatán”, un “poco” (sí, claro, un poco...) de su libertad, para que el Leviatán cuide la vida de todos. Es como si las ovejas le confiarán al lobo que las cuidara. Pero claro, Leviatán no cuida de todos. Esta Maquina de matar, esta hecha declaradamente para defender a la propiedad privada de los que privan de toda propiedad a las mujeres y los hombres. Por lo tanto la voluntad del estado es el interés objetivo de la clase que domina el poder y posee las riquezas que elaboran los especialistas politiqueros, burócratas, funcionarios, y demás parásitos, que se expresa en las leyes y en la legalidad. La “igualdad” que promueven estas leyes, significa que seamos todos iguales al Leviatán, es decir “ciudadanos” aislados que responden al dominio de un estado común, y que no atentarán contra el orden de propiedad. Clones de Leviatán. Aunque en la realidad no seamos iguales porque hay una clase que está arriba y otra que está abajo, y porque cada quien es bien diferente, y también porque hay otras formas de relación y de identidad además del “individuo ciudadano”, como la comunidad, la tribú y otras colectividades, la única identidad para el estado moderno es ser “idénticos” todos, como un rebaño, para así facilitar el control.

III

En el México actual, donde el monstruo del estado y del gobierno, lejos de “brindar seguridad” a los ciudadanos, como repite su propaganda, o de “cuidar la vida” de la población, dirigen una guerra en contra de la misma, a través de sus cuerpos policiaco-militares oficiales y clandestinos, que se sostienen además en instituciones sirvientas al poder del dinero que pasan por encima de los derechos sagrados del pueblo trabajador, y enriquecen a una minoría en medio de un mar de sangre, mientras la vida, la integridad, el libre tránsito, la libre manifestación y organización, el medio ambiente sano, y todos los bienes comunes del pueblo, que supuestamente están “consagrados en derechos”, son sepultados bajo los sistemáticos asesinatos, desapariciones forzadas, torturas, secuestros, retenes, bombas de gas lacrimógeno, megaproyectos, carros, escudos y botas policiales... alegar el respeto a la ley es casi un chiste. Si hicieran falta pruebas, basta realizar cualquier “falta administrativa” para ver las cotidianas relaciones de corrupción de los agentes de policía y tránsito, que sacan “pa'l chesco” de las “multas por la libre”. Todos saben que nadie respeta la constitución.

Sin embargo, no por eso la legalidad deja de ser una fuerza poderosa. Tal vez precisamente por eso es que es tan poderosa, ya que parece pasar desapercibida, pero a la hora de la agresión directa, en la que se decreta, o se impone la voluntad de los de arriba, la justificación central siempre es la razón legal de estado de la decisión del gobierno, aunque de plano no corresponda y viole todas las leyes, los derechos humanos, las garantías individuales, y todas esas cosas. También, las perspectivas de las luchas de la “izquierda” institucional, están por completo limitadas a una supuesta y estéril “defensa de la constitución” que en realidad no es otra cosa que la defensa del régimen existente. Por otro lado, no muy lejos, la izquierda ortodoxa que se dice “radical” muchas veces queda restringida a anacrónicas “consignas” de cambios de leyes y asambleas constituyentes, cuando no hay la fuerza ni tampoco el plan para cambiar la correlación de fuerzas en la lucha de clases y construir verdaderas asambleas populares. Jugar en el terreno de las leyes es arriesgarse a luchar en el terreno de las abstracciones que hacen parecer que el estado es “neutral” y por lo tanto, su dominación permanente, infinita, aunque se pueda hacer más suave o más dura.

Todos los aspectos favorables para la población de abajo que están plasmadas en las leyes, además de servir para burlarse de forma cínica de la gente, de servir como tapete para que el estado y el capital pisoteen los pocos derechos plasmados en las leyes, son constante presa de las reformas y contra-reformas por parte de los partidos políticos de la burguesía. Los de arriba, nuestros enemigos, utilizan las leyes a su antojo en la guerra que libran contra nosotros. Nosotros no podemos hacer diferente, y también utilizar la ley según nos convengan, bajo el entendido de que no es la población la que tiene la ventaja y la hegemonía en este campo de combate. A veces es necesario librar una lucha legal en los procesos de resistencia, también, muchas veces es necesaria la preparación en aspectos jurídicos y legales para desarrollar la lucha popular. Hoy, el artículo 39, que plasma a su manera, el derecho sagrados de los pueblos a la revolución y a la autodeterminación, es el único aspecto legal al que nos podemos aferrar. Toda defensa de la constitución es también una defensa del estado policiaco-militar que hoy encabeza el PRI. La frase “para romper las leyes primero hay que conocerlas”, tal vez es cierta, en el sentido de que debemos de organizarnos y prepararnos lo más posible, así como los de arriba se preparan, para los combates que vienen y la guerra que vivimos.

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¿Qué vamos a hacer si no defendemos la constitución? ¿Qué sentido de lucha le vamos a dar al pueblo en lo inmediato y concreto de sus problemas diarios? Primero, creo que no infundir la confianza en las leyes de la burguesía, en el mal gobierno, sino confiar en que juntos podemos imponer y construir nuestras leyes libres, la voluntad y la razón del pueblo, nuestro buen autogobierno... Es lo más difícil, pero es posible, pues, además es lo que creo que hay que aspirar si queremos vencer.

Quienes se alzan para defender las leyes y al gobierno no se pueden estar de lado del pueblo. En Guerrero los de arriba quieren aplastar mediante la para-militarización a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias – Policía comunitaria, una organización autónoma que hace valer la justicia y la ley del pueblo, con el pretexto de regularizar y uniformizar a la policía para el servicio del estado-capital. La solidaridad, en la medida de cada quién, es necesaria, y estar alerta, sobre todo ante quiénes en el discurso dicen servir al pueblo, y en la práctica al gobierno.

Tal vez la frase “no hay mal que dure 100 años ni pueblo que lo aguante” también sea cierta, y 2017 no pueda celebrar el centenario de la constitución aunque en 2010, se celebrara el bicentenario y el centenario de la revolución. Eso deseo, pero depende de que los pueblos logremos organizarnos para imponer nuestra voluntad.

Bonus Track: un comentario sobre Pemex
* Pemex, por ejemplo, que se supone que es nacional y que hace que el petróleo sea también de la nación, en los hechos, ha sido pilar del estado mexicano y de su legitimidad, desde la nacionalización, así como de su corporativismo, pero en los hechos, desde hace décadas, es precisamente botín de este estado que se hace millonario con “nuestro” petróleo, legalmente a través de impuestos, gasolinazos y otros medios e ilegalmente a través del tráfico en el mercado negro, la succión y el “ordeñamiento” de los ductos por cárteles y otras organizaciones de los de arriba. ¿Defender Pemex o desconfiar y destruir las estructuras empresariales, sindicales-charristas y estatales corruptas y podridas? Se podría decir que eso solo aceleraría la privatización, y que es mejor que sea del estado, porque según el estado controla mejor, y para que tenga dinero y le podamos exigir que gaste ese dinero del petróleo en otras cosas. Es cierto que la privatización se acelera, porque la clase dominante viene con todo. Por eso nosotros también debemos de aspirar a responder con todo. A pesar de que sea difícil imaginar a México sin Pemex, como sin la constitución y la bandera “más bonita” (¡Puagh! Manchada de sangre inocente...), será inevitable y necesario deshacernos de la dependencia de los combustibles fósiles si lo que queremos es sobrevivir como humanidad al cambio climático. Pemex tendrá que desaparecer, como todos los pilares del estado-capital, aunque no lo vayan a hacer inmediatamente, imaginarlo ya nos permite tener una mirada que vaya más allá de las leyes y realidades establecidas que nos oprimen, para ver posibles realidades donde seamos libres, de toda dominación, y de toda contaminación también.

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