Por Tolésimo Díaz, en Red Generación
¿A quién le daremos la tierra, este pedazo maldito de piel
que supura?, ¿a quién el alma seca del padecer? Incurable es la unión de sílabas que define nuestra edad amarga.
La maldad de los otros quedará como heredera única de los despojos. Los números
del hartazgo echaron ya su azar de multitudes. Nadie conservará entonces una
cifra de humanidad, ni siquiera su destello de ojos que sufren.
No mueras, Patria; no agotes la substancia de tu origen. ¿A
quién le daremos tu lábaro hecho trizas?, ¿cuál de tus hijos quedará con los
pies firmes, sobre este lodazal de sangre? Estoy cansado, madre, Patria;
fragmento de Dios que persiste en las arterias henchidas del anciano. Ay,
Patria, qué oráculo ciego lanzó tu sino a las ratas.
Adentro de un ala está el destino de tu luz.
Escúchame, Pobre soledad fundada sobre la gloria ida; escúchame
articular el balbuceo, la casi muerte de
mi nombre. Necesito hablarte, aunque mi boca se halle en la delgada fisura que trama el dolor detrás
de las puertas.
¿Dónde quedó, pues, tu cuerpo?
Mientras el fuego y las cabezas, mientras el acero
injusto, permanezco en el vacío, donde
calla el decapitado su silencio de
cielo, de ayer.
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