I
Despertamos en una resaca tibia. Afuera, los cadáveres en
tumulto se proclaman siervos del Gran Nadie; anémicas pancartas. Incendio. De
nada sirve quemarse a las tres de la tarde, no sirve tener la utilidad de la
leña. Ellos lo saben, pero buscan en la vaguedad de un símbolo. Su lema es
intraducible. Tienen la ira de un automóvil en luz roja.
No moverán estas piedras que ha puesto la justicia. La
tumba del ahorcado está hecha de piedras. No dirán más de lo que se ha dicho a
las tres de la tarde, bajo el sol inconmovible. No hay ojos abiertos, sólo
desconcierto de animales dislocados, ciegos. No desanudarán estos dogales, son
parte de nuestro gozo.
III
La muerte es afable, porque de pronto se ha convertido en
la hija predilecta de mi patria. Nada paga la muerte por estar en los ojos, su
alquiler es este silencio con el que asumimos la oscuridad.
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