El número de ejecuciones, más de 755 en el mes que lleva en
el poder Enrique Peña Nieto, es más que elocuente. No tiene la guerra, iniciada
por Felipe Calderón Hinojosa, para cuándo detenerse. Al contrario.
Es de esperarse que en los próximos meses se incremente la
violencia como resultado del desastre que, en materia de seguridad, dejó el
gobierno anterior y de la presión por resultados que, en esa área crítica y
para separarse de su antecesor, ejercerá el propio Peña Nieto sobre sus
subordinados.
El pacto de impunidad establecido entre Calderón y Peña
Nieto ha impedido que, hasta ahora al menos, nos enteremos de lo que se ha
descubierto en los cajones de la ex Secretaría de Seguridad, la PGR o en los
cuarteles de las fuerzas militares.
Fue tal el desorden, el dispendio, la criminal ineficiencia
de Calderón y los suyos que es de esperarse que enormes escándalos de
corrupción se revelen algún día.
Los vendedores de armas y tecnología. Los contratistas de
defensa. Los proveedores del Ejército, la Marina y la Policía Federal hicieron
pingües negocios con la guerra. Nadie controló esos gastos. La seguridad
nacional operó y opera todavía como coartada.
Exigir cuentas claras es, en este asunto, tanto como
convertirse en “traidor a la patria” pero es preciso y urgente hacerlo. Toca a
la oposición responsable en el congreso exigir la apertura de esas cuentas y a
la prensa no quitar el dedo de ese mismo renglón.
Ni con el número de muertos y desaparecidos hay siquiera
rastros de certeza. A la fosa común se fueron decenas de miles de cadáveres sin
identificar.
Sin respeto alguno por los deudos, a partir del principio de
criminalización de todas las víctimas, se dio carpetazo a decenas de miles de
asesinatos.
El desaseo, la corrupción, la deshumanización son la marca
del gobierno de Calderón y de su guerra; más sucia que cualquier otra.
¿Cuánto aguantará de ese fracaso sobre sus propios hombros
Peña Nieto? ¿Cuándo se abrirá la caja de pandora de la guerra de Calderón?
¿Quién y cuándo romperá el silencio y cuándo comenzarán a cobrarse las cuentas
al gobierno anterior?
Por lo pronto —y no se ven indicios de que la situación
cambie— la tropa sigue desplegada masivamente en el territorio nacional lo que
crea una aparente sensación de tranquilidad en algunas de las zonas más
violentas del país.
El efecto hipnótico que producen las patrullas militares
recorriendo calles y caminos hace a los habitantes olvidar que la violencia
escaló, precisamente, con la llegada de la tropa.
El espejismo de la paz que el despliegue militar produce se
rompe fácilmente y las consecuencias suelen pagarla los inocentes atrapados
entre dos fuegos.
La presión por resultados, el peso de las bajas sufridas en
las filas propias, el tiempo de despliegue, el desgaste natural que este tiempo
produce en la tropa y, sobre todo, la falta brutal de respeto por el valor de
la vida del gobierno de Calderón ha acelerado el proceso de descomposición de
las fuerzas armadas.
La paz precaria que reina en algunas zonas es la paz de los
sepulcros. Es la que consiguen, asesinando a mansalva, los escuadrones de la muerte.
En muchas regiones del país se sabe que ni el Ejército, ni
la Marina, ni la Policía Federal hacen ya prisioneros —lo que explica la enorme
cantidad de muertos en los enfrentamientos— y lo más grave es que, en amplios
sectores de la población, esa forma de operar es considerada necesaria y
correcta.
En los hechos se ha instaurado en el país la pena de muerte
y hay quien cree todavía en la eficiencia de la misma. Los hechos demuestran,
sin embargo, que sobre una pila de asesinados nadie ha conseguido ni conseguirá
la paz.
No puede conseguirse la paz operando con los mismos patrones
que los criminales. No hay justicia alguna en el asesinato, si acaso venganza,
y ésta solo hace que se perpetúe y exacerbe la guerra.
Lo cierto, además, es que el crimen organizado se ha
acostumbrado ya a operar en medio de los dispositivos militares y que su
capacidad de reposición de mandos y de bajas en general permanece intacta.
También intacta permanece la capacidad logística y
financiera del crimen organizado. Les sobran armas para nuevos sicarios y
dólares para pagarles.
No hay en los nuevos planes de Enrique Peña Nieto nada que
indique un cambio sustantivo de estrategia. Por la senda de Calderón, la de la
solución de fuerza, avanza el nuevo gobierno.
Peña Nieto apunta en sus planes ideas de organización de la
tropa pero nada a propósito de las batallas realmente importantes que Calderón
se negó librar: la disputa por la base social y en especial la que debe darse
para rescatar a los jóvenes de las garras del narco.
Nadie lo hará por ellos. Toca a los jóvenes salvarse ellos
mismos de que matar y morir sean su único destino en esta patria herida. Toca
al movimiento estudiantil levantarse contra esta guerra impuesta e impedir que
sigan siendo los jóvenes carne de cañón.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com
www.twitter.com/epigmenioibarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario