Columna de Pedro Miguel para La Jornada.
La Real Academia no quiso sacarme de dudas sobre la
etimología: de origen incierto, regatea su Buscón cuando uno acude a él para
obtener un poco de alivio espiritual para la curiosidad. Mi intuición decía que
el vocablo tenía de seguro alguna raíz árabe. Seguí buscando y a la postre mi
curiosidad se vio recompensada: hay dos construcciones en Toledo llamadas la
puerta vieja y la puerta nueva de Bisagra.
Dicen que el nombre de Bisagra deriva del árabe bib-shala o
bib-xacra, puerta de la campiña. Wikipedia afirma que la etimología es bib
Sagra, en referencia a la comarca de La Sagra, que procede a su vez del árabe
al-Saqra, campo cultivado. Sostiene incluso que en tiempos anteriores los
romanos llamaban Puerta de Vía Sacra a la primera de las edificaciones, en
recuerdo de la Vía Sacra romana y porque en ambos casos eran salidas hacia
tierras fértiles consagradas a Ceres, deidad agrícola conocida también como
Sacra Cerens.
Una vez resuelto el misterio etimológico, parece natural que
esos adminículos que articulan entre sí a otros objetos hayan sido llamados
bisagras en español y que tienen como sinónimos alguaza, charnela, gozne y
pernio. Su gracia más evidente reside en que, estando construida por cuerpos
rígidos (el perno interior y las dos hojas, en el caso de las llamadas de
libro, que son las más generalizadas), dan flexibilidad y una restringida
libertad de movimiento a los objetos a los que articulan.
Sabrá Dios a qué desconocido ancestro se le ocurrió esa
solución para poner puertas en los muros, tapas en los muebles y porciones
móviles en las armaduras. Probablemente la forma más primitiva de una bisagra
sea la de dos armellas unidas entre sí, sucesoras a su vez de uniones
realizadas con objetos flexibles, como tiras de cuero clavadas en las dos
orillas de madera o metal. Pero el perno o el cilindro central es una
genialidad porque permite un movimiento preciso, acotado y suave y porque hace
posible que el peso del objeto móvil descanse en la parte estática de la
articulación.
Actualmente las bisagras han evolucionado y se han
diversificado en función de aplicaciones y necesidades diferentes. Las más
populares, las de libro, tienen su principal aplicación en la carpintería,
aunque no se pelean con la herrería; una subespecie de esta bisagra es la
llamada ramal, más ancha que alta. Las de piano son largas de necesidad y se
fabrican en tiras continuas, por lo que pueden cortarse a la medida para
adecuarse a un mueble determinado; las de pernio requieren de un cajeado previo
para ser colocadas en la madera; las de doble acción permiten abrir una
batiente en ángulo de 180 grados y son muy utilizadas para fijar al marco las
puertas de la cocina; las ocultas o invisibles están constituidas por dos
cilindros estriados que han de ser incrustados en la madera en el canto de la
batiente; las de cazoleta se emplean con frecuencia en los muebles de cocina, a
partir de cierto ángulo se cierran solas, pueden ser reguladas y son difíciles
de instalar; las bisagras para vidrio están compuestas por un corto canal en
forma de u (que aprisiona la lámina de vidrio con la ayuda de tornillos de
presión de punta ahulada), un pivote y un casquillo.
De ahí ya puede uno saltar a las bisagras que articulan la
pantalla y el cuerpo de una computadora portátil, a las automotrices, a las
piezas de alta tecnología que permiten la apertura y el cierre de las
compuertas de las naves espaciales, y a las que conjuntan a la función básica de
abrir y cerrar otras tareas, como la de procurar encendidos y apagados
electrónicos.
La vida contemporánea está llena de puertas, compuertas,
compartimentos, armarios, cajitas, tapas, con o sin llave, y también de
metáforas alusivas: la puerta del éxito, la puerta del cielo, la tragedia que
llama a la puerta. El abrir y el cerrar cosas, de manera literal o figurada,
altera estados de ánimo nacionales y personales, se vive como pasos de
trascendencia o forma parte de rutinas cotidianas cuyos episodios ni siquiera
llegan a las puertas de la conciencia y de la percepción fina. Todas esas
operaciones tienen como protagonistas dos o más partes rígidas cuya coreografía
nos permite o nos impide el tránsito y la libertad, pero su movimiento es
posible gracias a las bisagras.
Pero éstas permanecen ignoradas en una oquedad discreta, en
una juntura casi imperceptible o en el margen de insignificancia de las
metáforas. Pensándolo bien, las bisagras son piezas admirables, no sólo porque
articulan cosas que sin ellas carecerían de sentido, sino porque son objetos
que operan y que viven, incansables y eficientes, en función de los demás.
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