jueves, 15 de noviembre de 2012

Elogio de la bisagra, por @navegaciones

Columna de Pedro Miguel para La Jornada.

La Real Academia no quiso sacarme de dudas sobre la etimología: de origen incierto, regatea su Buscón cuando uno acude a él para obtener un poco de alivio espiritual para la curiosidad. Mi intuición decía que el vocablo tenía de seguro alguna raíz árabe. Seguí buscando y a la postre mi curiosidad se vio recompensada: hay dos construcciones en Toledo llamadas la puerta vieja y la puerta nueva de Bisagra.
 Se trata de esa clase de edificaciones fortificadas que daban acceso a las ciudades, tan comunes en la Europa de antaño, y de las que aún quedan muchas, como la de Brandenburgo, en Berlín. 
Las más entrañables, por las respectivas canciones alusivas, son sin duda la de Alcalá (Madrid) y la des Lilas (París). Volviendo a Toledo, la vieja Bisagra (o de Alfonso VI) formaba parte de la muralla que los moros erigieron en esa ciudad enre los siglos X y XI, aprovechando restos de construcciones visigóticas. Tiene un arco principal de herradura, rodeado por un alfiz, y fue reconstruida en el XIII, cuando se le agregaron aparejos mudéjares en el cuerpo superior. En el XVI fue tapiada por órdenes de Carlos V, quien prefirió poner otro acceso a la urbe en la hoy conocida como Puerta Nueva de Bisagra. Ésta tiene también origen musulmán, fue reconstruida por Alonso de Covarrubias y su fachada exterior está flanqueada por dos torreones circulares rematados en sillería almohadillada. O sea que, vista desde cualquiera de sus vértices, la Puerta Nueva de Bisagra parece una bisagra a medio abrir.

Dicen que el nombre de Bisagra deriva del árabe bib-shala o bib-xacra, puerta de la campiña. Wikipedia afirma que la etimología es bib Sagra, en referencia a la comarca de La Sagra, que procede a su vez del árabe al-Saqra, campo cultivado. Sostiene incluso que en tiempos anteriores los romanos llamaban Puerta de Vía Sacra a la primera de las edificaciones, en recuerdo de la Vía Sacra romana y porque en ambos casos eran salidas hacia tierras fértiles consagradas a Ceres, deidad agrícola conocida también como Sacra Cerens.

Una vez resuelto el misterio etimológico, parece natural que esos adminículos que articulan entre sí a otros objetos hayan sido llamados bisagras en español y que tienen como sinónimos alguaza, charnela, gozne y pernio. Su gracia más evidente reside en que, estando construida por cuerpos rígidos (el perno interior y las dos hojas, en el caso de las llamadas de libro, que son las más generalizadas), dan flexibilidad y una restringida libertad de movimiento a los objetos a los que articulan.

Sabrá Dios a qué desconocido ancestro se le ocurrió esa solución para poner puertas en los muros, tapas en los muebles y porciones móviles en las armaduras. Probablemente la forma más primitiva de una bisagra sea la de dos armellas unidas entre sí, sucesoras a su vez de uniones realizadas con objetos flexibles, como tiras de cuero clavadas en las dos orillas de madera o metal. Pero el perno o el cilindro central es una genialidad porque permite un movimiento preciso, acotado y suave y porque hace posible que el peso del objeto móvil descanse en la parte estática de la articulación.

Actualmente las bisagras han evolucionado y se han diversificado en función de aplicaciones y necesidades diferentes. Las más populares, las de libro, tienen su principal aplicación en la carpintería, aunque no se pelean con la herrería; una subespecie de esta bisagra es la llamada ramal, más ancha que alta. Las de piano son largas de necesidad y se fabrican en tiras continuas, por lo que pueden cortarse a la medida para adecuarse a un mueble determinado; las de pernio requieren de un cajeado previo para ser colocadas en la madera; las de doble acción permiten abrir una batiente en ángulo de 180 grados y son muy utilizadas para fijar al marco las puertas de la cocina; las ocultas o invisibles están constituidas por dos cilindros estriados que han de ser incrustados en la madera en el canto de la batiente; las de cazoleta se emplean con frecuencia en los muebles de cocina, a partir de cierto ángulo se cierran solas, pueden ser reguladas y son difíciles de instalar; las bisagras para vidrio están compuestas por un corto canal en forma de u (que aprisiona la lámina de vidrio con la ayuda de tornillos de presión de punta ahulada), un pivote y un casquillo.

De ahí ya puede uno saltar a las bisagras que articulan la pantalla y el cuerpo de una computadora portátil, a las automotrices, a las piezas de alta tecnología que permiten la apertura y el cierre de las compuertas de las naves espaciales, y a las que conjuntan a la función básica de abrir y cerrar otras tareas, como la de procurar encendidos y apagados electrónicos.

La vida contemporánea está llena de puertas, compuertas, compartimentos, armarios, cajitas, tapas, con o sin llave, y también de metáforas alusivas: la puerta del éxito, la puerta del cielo, la tragedia que llama a la puerta. El abrir y el cerrar cosas, de manera literal o figurada, altera estados de ánimo nacionales y personales, se vive como pasos de trascendencia o forma parte de rutinas cotidianas cuyos episodios ni siquiera llegan a las puertas de la conciencia y de la percepción fina. Todas esas operaciones tienen como protagonistas dos o más partes rígidas cuya coreografía nos permite o nos impide el tránsito y la libertad, pero su movimiento es posible gracias a las bisagras.

Pero éstas permanecen ignoradas en una oquedad discreta, en una juntura casi imperceptible o en el margen de insignificancia de las metáforas. Pensándolo bien, las bisagras son piezas admirables, no sólo porque articulan cosas que sin ellas carecerían de sentido, sino porque son objetos que operan y que viven, incansables y eficientes, en función de los demás.

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