Nota de La Jornada.
Diluvios, tempestades de arena, calabazas hambrientas,
fuegos universales: el temor de que el mundo se va a acabar ha estado presente
desde el comienzo de la humanidad, adquiriendo características diferentes según
las civilizaciones y el nivel de conocimientos.
Confrontados a grandes ciclos naturales, los pueblos
expresaron desde el principio de los tiempos la angustia por una catástrofe que
acarrearía un invierno o una noche eternas.
Más recientemente, el terror del fin del mundo resurgió en
forma de catástrofe ecológica, de invierno nuclear o de asteroide gigante.
Cada mundo parece provisional. Antes del monoteísmo, las
civilizaciones temían que estos ciclos naturales acabarían un día. Muchos ritos
estaban asociados a este miedo, explica el historiador Bernard Sergent, autor
del libro El fin del mundo.
Así, los aztecas consideraban que cada 52 años el Sol corría
el riesgo de desaparecer y hacían sacrificios humanos para garantizar su
renacimiento, señala este especialista de los mitos, que evoca también
narraciones del fin del mundo en Mesopotamia y en la antigüedad griega y
romana, entre otras civilizaciones.
El mito del diluvio universal es uno de los más antiguos,
anterior al del arca de Noé del Antiguo Testamento, señaló.
Ya aparece por ejemplo en la epopeya de origen sumerio
Gilgamesh, considerada la narración escrita más antigua de la historia. Fue
escrita en tabletas de arcilla aproximadamente 13 siglos antes de nuestra era.
En África Occidental, el mito más generalizado es el de la
calabaza gigante que devora aldeas, y hasta a la humanidad entera.
El Apocalipsis, el mito del fuego universal existe en
Grecia, Escandinavia, India y en las culturas prehispánicas. Los aztecas
evocaban cuatro catástrofes sucesivas, causadas por el agua y el fuego.
Con las religiones monoteístas prosperaron los profetas del
Apocalipsis, una palabra que viene del griego revelación.
Antes, Dios castigaba a los hombres o los recompensaba. Hoy,
no se necesitan dioses, las catástrofes generadas por el hombre bastan, dijo
Jean-Noel Lafargue, autor del libro Fines del mundo: de la antigüedad a
nuestros días.
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